jueves, 18 de agosto de 2016

80 años sin justicia

Hoy se cumplen 80 años del asesinato de Federico García Lorca sin que todavía se sepa dónde exactamente abandonaron su cuerpo cuando lo fusilaron, en unos barrancos entre Víznar y Alfacar, junto a un maestro de escuela y dos banderilleros, lugar donde se acumulan más de 2.000 ejecutados de la zona por la sed de sangre de los golpistas. Su delito fue ser poeta y un formidable estandarte contra la barbarie de los asesinos, aquellos sublevados comandados por el militar Francisco Franco contra la República española en 1936. Nada más levantarse en armas contra el gobierno legítima y democráticamente establecido, los sediciosos empezaron a aniquilar intelectuales, sindicalistas, políticos, funcionarios fieles a la República y a toda persona que se hubiera significado por respetar la legalidad vigente o demostrar alguna simpatía por la democracia, la libertad, ser sospechosa de “rojo” o, simplemente, pretender el progreso intelectual, cultural, social, educativo y económico de España. Miles de muertos ajusticiados con o sin juicio sumarísimo por los rebeldes, sin contar a los caídos en los frentes de batalla, se hicieron desaparecer en fosas comunes que aún siguen, en su mayor parte, pendientes de descubrir para que los familiares dejen de buscarlos y den digna sepultura.

Todavía hoy se les niega justicia, perdón y memoria. Los herederos biológicos e ideológicos de aquellos falangistas y franquistas que desencadenaron una guerra civil movidos por el odio, impiden cuanto pueden para que no se desentierren esas fosas ni se desarrolle plenamente una ley de Memoria Histórica que pretende resarcir la dignidad de tantas víctimas inocentes, condenadas al silencio y el olvido. Tampoco el Parlamento español, sede institucional de la soberanía nacional en un Estado de Derecho y Democrático, ha sido capaz de condenar expresamente el levantamiento de aquellos militares que tanto daño causó al país y lo condenó a padecer una de las dictaduras más crueles y duraderas del pasado siglo veinte.

Sin embargo, muchos de los que apoyaron el fascismo en España y todavía, incluso, defienden el recuerdo sectario de los vencedores en rótulos de calles, plazas, parques, jardines, hospitales, etc., o mediante estatuas y monumentos erigidos a glorificar la gesta asesina, se prestan ahora a expresar encendidas loas sobre la figura y obra del poeta granadino, cuyo asesinato sigue impune: no se han revisado aquella detención y muerte para declararlas ilegales y nulas, ni se ha condenado moral y políticamente a los autores y régimen dictatorial que lo instaron y perpetraron. Por eso es oportuno, hoy y siempre, recordar la muerte de Federico García Lorca, ajusticiado por su mentalidad progresista, ser un destacado hombre de letras que puso su intelecto al servicio de la causa de la República (Grupo de teatro La Barraca, etc.) y no ocultar ni tampoco hacer alarde de su condición homosexual, todo lo cual, ante los ojos retrógrados e intransigentes de la derecha cavernícola, lo convirtieron en una víctima propiciatoria, y su asesinato, ejemplarizante de la actitud con que iban impartir venganza los vencedores hasta mucho más allá de finalizada la guerra. Hasta hoy.

Hay, pues, que recordar a García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez y cuántos fueron “silenciados” con la muerte o el exilio por no claudicar de sus ideas, mantenerse fieles a la legalidad, no secundar el odio y la barbarie de los insurgentes y fueron víctimas de la vesania fascista. Perseguidos y condenados por defender la libertad y deberse a su pueblo, al que admiran y retratan en poemas, teatro, novelas y cuentos.
 
Hoy se cumplen 80 años de una infamia cometida contra todos ellos y contra ese pueblo al que se dividió arbitrariamente para purgar a los que no se adhirieron al “movimiento” de los matones que impusieron una dictadura bendecida por el nacionalcatolicismo, la burguesía caciquil y los militares desleales a la democracia y la legalidad. Federico García Lorca, percibiendo las nubes que iban a traer tinieblas durante décadas sobre este país, abanderó el rechazo de los intelectuales a los que empuñaron las armas contra sus hermanos y su pueblo, despeñándolos a una guerra civil fraticida que permitía rendir cuentas impunemente contra todo sospechoso de disentir de los criminales sediciosos. Uno de esos sospechosos, por tantos motivos, fue Federico García Lorca, poeta y dramaturgo. Eliminaron la persona y desaparecieron su cuerpo, pero no han podido sustraernos de su obra, en la que cada página, entre el lirismo y el costumbrismo, revela sus ideas liberales y su compromiso con la libertad.

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