domingo, 25 de agosto de 2013

¡Pobrecito patrón!

Ayer comentábamos las indignantes propuestas del jefe de la patronal para seguir desnudando de derechos al trabajador de este país. Están contentos los empresarios porque consiguen casi todo lo que desean y ajustan la presente situación coyuntural a su completa conveniencia, de tal manera que jamás antes en la historia de España, en democracia, tuvo la empresa tamaña capacidad y voracidad para, de manera unilateral, hacer y deshacer, dictar normas y condiciones y, en definitiva, imponer su único criterio, menospreciando al del trabajador, en la relación laboral. Han conseguido, gracias a reformas laborales elaboradas a medida, moldear toda la arquitectura legal que pretendía equilibrar una relación tan desequilibrada como la del capital y el trabajo, para afianzar su poder lucrativo a cambio de no reconocer ningún derecho a quien contribuye con su simple aportación física, su trabajo. Están exultantes porque jamás antes fue tan fácil la codicia y la avaricia camuflados bajo la sacrosanta rentabilidad que constituye el objetivo declarado de cualquier empresa, el crecimiento exponencial de los beneficios en cada balance.

Pero es que, además, consiguen arrebatar al sector público aquellas parcelas susceptibles de ser rentables para el negocio en manos privadas, contando con la ayuda de sus cuates ideológicos en el Gobierno. Las más jugosas empresas públicas ya están cedidas a la titularidad privada, pero quedan áreas todavía en manos públicas que se están preparando para ser traspasadas a la gestión privada, supuestamente más eficaz y capaz. La educación, la sanidad y todo lo que conformaba el andamio del Estado de Bienestar está siendo derruido para que la iniciativa privada sustituya sus servicios y sus prestaciones, a cambio, evidentemente, de un precio infinitamente mayor que  aquellos impuestos que hasta ahora los sostenían. Se frotan las manos y debido a la borrachera mercantil se le escapan esos comentarios tan despreciativos y vejatorios hacia el trabajador, al que confían aplastar completamente dentro de poco mientras critican supuestos privilegios en los contratos. Piensan que los pobrecitos somos nosotros y ellos los listos, sin tener en cuenta la catadura moral y la dignidad de las personas. Y tienen razón: con honradez y dignidad es difícil ser como ellos porque no son valores apropiados para el enriquecimiento, la avaricia y la opresión. Su mundo está dominado por el dinero, único dios al que idolatran. Los demás nos dejamos vencer por la compasión, la amistad o el amor. Y así nos va.

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