miércoles, 16 de junio de 2010

Barbas en remojo

En España tenemos las barbas chorreando al ver la cantidad de caras rasuradas en que se ha convertido Europa y otras partes del mundo debido a la crisis. Aplicamos la sentencia con una fidelidad literal convencidos de la magnitud del problema. La preocupación no nos deja mirar más allá de las mandíbulas que hay que afeitar y descuidamos otras partes del cuerpo. Nos asusta un posible empeoramiento de la situación y procuramos evitarlo en lo posible. Frenar el gasto del Estado ha sido una medida discutible porque no corrige las causas que han degenerado los problemas financieros. Tampoco subir los impuestos va a conseguir una mayor recaudación por vía fiscal si se reducen las tasas de consumo y la actividad comercial. El problema es muy grave.

Es un problema estructural, de todo el tinglado en el que hemos basado nuestro modelo económico. El sistema capitalista impone unas reglas que olvida al hombre, reduciéndolo a simple testigo, cuando no objeto, de sus transacciones mercantiles, sin más intervención que la del mercado y sin más objetivo que el beneficio imparable. La globalización ha extendido su influjo a todo el orbe, aplastando cualquier otra economía. Es difícil no encontrar un McDonald en cualquier rincón del planeta. Y donde todo se puede comprar y vender sin más finalidad que la del negocio, alguien acaba comprándonos porque siempre surge alguien más rico. Ese alguien es el dueño de nuestra deuda.

En la época feudal, el siervo trabajaba las tierras del señor a cambio de que le dejaran sobrevivir. Luego, la burguesía relevó aquella economía con el comercio floreciente de los “burgos” que se iban creando. El “poder” pasó de las tierras al dinero, que creó sus reglas para circular libremente. Hoy está emergiendo un nuevo modo, el de la información. Quien maneja información dispone en la actualidad del poder. George Soros, que acumula una de las mayores fortunas sin fabricar nada, representa el nuevo rostro del capitalismo basado en la especulación.

Y es éste el modelo que habrá que cambiar. El crecimiento y el beneficio deberán tener una finalidad, si no distinta, sí al menos compatible con el lucro. Se trata de formar sociedades en las que todos tengamos oportunidades de desarrollo de nuestras capacidades individuales. ¿Cómo hacerlo? No lo sé, pero estoy convencido de que aquí radica el gran reto con el que debemos enfrentarnos. Ese es el reto para superar esta crisis.

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