jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Crisis financiera o plaga de avaricia?

Como si de una plaga bíblica se tratara, hace siete años, un mes de septiembre de 2008, que apareció la mayor crisis financiera de la historia como consecuencia de la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, toda una institución en el mundo de las finanzas y el cuarto mayor banco de Estados Unidos (EE.UU.). De entonces acá, el mundo se ha visto sacudido por unas turbulencias económicas que desembocaron en la peor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial.

Aquel “lunes negro”, Lehman Brothers se declaraba insolvente tras reconocer pérdidas superiores a 2.700 millones de euros por sus negocios con créditos inmobiliarios de alto riesgo (las famosas hipotecas subprime). Tras él, fueron cayendo otros especuladores comprometidos con los mismos productos hipotecarios, que se vendieron a inversores y bancos de todo el mundo. Merrill Lynch, otro gran banco de inversiones, acabaría siendo vendido al Bank of América al no poder hacer frente a sus deudas y AIG, un gigante de los seguros y las inversiones, precisaría de un préstamo puente de la Reserva Federal (FED) para evitar su quiebra, en lo que sería la intervención económica más importante de la FED en su historia. Al poco, cual fichas de dominó, comenzaron a caer decenas de entidades bancarias y financieras, entre las que destaca Washington Mutual, Freddie Mac, Fannie May, IndyMac, First National Bank of Nevada, First Heritage Bank, etc.

Las bolsas del mundo entero se hundieron y los problemas de liquidez hicieron cerrar el grifo de los bancos, haciendo acumular las pérdidas por la titulación de unos activos de deuda de imposible cobro. El método al que estos inversores se apuntaron para ganar mucho dinero de forma rápida, como todo negocio de estructura piramidal, funcionó bien al principio pero acabó derrumbándose y comprometiendo la solvencia de muchos países occidentales. Los gobiernos se vieron en la necesidad de salir al rescate del sistema financiero ante el miedo de que un colapso del mismo pudiera afectar gravemente a la actividad económica, como de hecho ha ocurrido.

Los efectos de esta crisis comenzaron a notarse durante el segundo mandato del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, quien al principio optó por restar importancia al problema que se le venía encima, negando la existencia de la crisis, para después verse forzado a adoptar unas medidas económicas contrarias a las de su ideario electoral, tras la inutilidad de unos planes de choque que consumieron ingentes cantidades de inversión pública (Plan E) y avales para la banca. Se inicia, a partir de entonces, una etapa de intervención estatal para hacer frente a la crisis que continúa en la actualidad, siete años después, con unas políticas de ajuste y reformas que nos instalan en una austeridad casi suicida que ralentiza la actividad económica. Ello se traduce en la contracción del consumo, el descenso del Producto Interior Bruto (España entra en recesión económica dos veces) y una escalada de destrucción de empleo que convierte a nuestro país en el que más empleo destruye del mundo, tras alcanzar cotas insoportables de más de cinco millones de parados.

La inicial “avaricia” que provocó la crisis, por culpa de una banca tradicional dedicada a las inversiones de alto riesgo, no se ha corregido definitivamente, simplemente se ha “ralentizado”, dando lugar a una tendencia de concentración que ha engordado aún más a los poderosos agentes financieros. Lo que era una “debilidad” –fallar en las inversiones y tener que “apechugar” de ello- se ha convertido en “fortaleza”, al contar con el auxilio de gobiernos que priorizan el rescate financiero al de los ciudadanos, a los que prefieren empobrecer. Así, mientras instan recortar gasto social y controlar toda inversión pública no rentable, esos “mercados” exigen la desregulación de su actividad y mantenerse al margen de cualquier control o supervisión gubernamental. Aún hoy, el G20 (grupo de países industrializados y emergentes) sigue debatiendo medidas para controlar las actividades del sistema financiero sin acordar ninguna que sea eficaz. De ahí que nadie descarte la posibilidad de que se repitan los errores –y las avaricias- del pasado que provocaron una crisis que todavía colea. Y es que, más que una crisis económica, lo que hemos sufrido es una plaga ocasionada por la avaricia de unos especuladores sin escrúpulos.

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