lunes, 10 de mayo de 2010

Pérez y el Botas

Un impulso irrefrenable le llevaba cada noche a recorrer las habitaciones para buscar en las camas dientes escondidos bajo las almohadas. Había abarrotado todas las ratoneras de su vida con esos restos dentales que no le servían para nada. Obedecía a una especie de voz interior, a la que no podía resistirse, que le instaba a acumularlos, aunque en verdad lo que le gustaba fuera el queso. Jamás pudo hacer otra cosa hasta que cierto día un gato, que tampoco sabía por qué calzaba botas, se lo comió. Ni que fueran esclavos del destino.

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