lunes, 16 de junio de 2014

Don Felipe, ¿un rey republicano?

La reinstauración monárquica de España, decidida por el general Franco en tiempos de la dictadura, tendrá continuidad con la sucesión al trono del Príncipe Felipe, hijo del rey Juan Carlos I, el próximo 19 de Junio. Es un hecho previsto en el ordenamiento legal de nuestro país, tras aprobarse en referéndum la Constitución de 1982, que establece la monarquía parlamentaria como forma de Gobierno de un Estado Social y Democrático de Derecho.

En principio, y aún no siendo simpatizante de la monarquía, la figura de don Felipe de Borbón y Grecia, de 46 años, no me causa animadversión en sí misma, ya que el Príncipe siempre ha sido discreto, no se ha arropado de boatos innecesarios y lleva preparándose durante toda su vida para asumir lo que el próximo día 19 conseguirá: acceder al trono del Reino de España tras la abdicación de su padre, quien ha estado cerca de 40 años portando la Corona. Como muchos cientos de miles de jóvenes universitarios de nuestro país, el futuro monarca está suficientemente preparado para enfrentarse a los retos de una España moderna y dinámica que aspira conquistar mayores cotas de progreso, riqueza y bienestar. No se le niega, pues, al nuevo rey capacidad, formación y experiencia necesarios para ejercer la Jefatura del Estado con la dignidad y “auctoritas” que requiere el cargo de representar a todos los españoles sin distinción y para actuar de árbitro neutral entre los poderes del Estado. Don Felipe, de hecho, puede llegar a ser, si se lo propone, un excelente rey ya que cuenta con el ejemplo de su padre para evitar los errores y excesos que aquel cometió y que empañaron los últimos años de su reinado, erosionando el prestigio que la institución consiguió durante la Transición, y el desapego de los ciudadanos.

Para empezar, el próximo rey deberá despojar a la monarquía de los lastres que anclan la institución en tradiciones trasnochadas y hábitos caducos que la convierten en rémora superada de un pasado feudal. El mismo don Felipe rompe con su conducta personal, al casarse con una divorciada a la que convertirá en Reina consorte, muchos de aquellos estereotipos hipócritas de rectitud moral en las apariencias. También lo hace al desechar la celebración de una misa religiosa tras los actos de su proclamación, al objeto de respetar la aconfesionalidad constitucional del Estado. Ambos hechos evidencian rasgos de adecuación de la monarquía a los tiempos presentes.

Sin embargo, ni el futuro rey ni la institución monárquica parecen poder desprenderse de todas las servidumbres a las que están obligados por intereses, tradición e imperativos diversos. En ese sentido, y aunque es protocolario que su majestad le traspase el fajín de capitán general al heredar la Corona, no debería sentirse obligado don Felipe a vestir el uniforme de gala de tal rango del Ejército de Tierra para jurar su cargo en el Congreso de los Diputados, pues su investidura como rey responde a un procedimiento del poder civil, al que se subordinan todos los demás poderes, incluido el militar. De la misma manera que evita connotaciones religiosas al suprimir la misa, podría obviar también las militares, a fin de alejar los fantasmas que evocan tutelas ajenas que condicionan la función del monarca.

Es cierto que estos son aspectos anecdóticos de la ceremonia de sucesión en una institución que, no obstante, tiene una absoluta significación simbólica. Si la monarquía no fuera símbolo, no sería nada, ya que sólo sirve para representar la unidad de nuestro país y encarnar la Jefatura del Estado. Algo así como la bandera: un trozo de tela que simboliza a la Nación. De ahí la importancia de los signos que exhiba durante su proclamación don Felipe de Borbón. Si prevalecen los de su condición militar durante la ceremonia política de su coronación, lejos de expresar control sobre los ejércitos transmiten sumisión y tutelaje a los mismos, pues el mensaje del uniforme se presta a múltiples interpretaciones fuera de los cuarteles.

En cualquier caso, el mayor reto al que debería enfrentarse el futuro rey Felipe VI es el de legitimar la monarquía. Como aclara el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, la monarquía no se sometió a discusión de los españoles, pues el referéndum del 6 de diciembre de 1978 sirvió para liquidar las Leyes Fundamentales franquistas, no para legitimar la monarquía como fórmula de Gobierno. La institución monárquica tiene esa falta de legitimidad democrática de origen que sólo puede conseguir mediante un referéndum. Don Felipe, si fuera sensible a este recelo que provoca el magisterio que ahora asume en, al menos, la mitad de la población, podría convocar esa consulta cuando más adhesiones despierte su labor y más libre de hipotecas antiguas se sienta. En definitiva, sólo cuando el nuevo rey se comporte como un presidente de república, sin fueros ni privilegios que lo distingan del resto de los ciudadanos, y su legitimidad no sea hereditaria sino otorgada por las urnas, será cuando verdaderamente don Felipe de Borbón y Grecia podrá reinar con tranquilidad y autoridad como Felipe VI. Mientras tanto, siempre tendrá que soportar ser cuestionado, haga lo que haga, incluso si suprime esa adherencia machista de las monarquías absolutistas, la ley sálica: una norma incoherente que lesiona los derechos de la mujer, a la que ampara la Constitución para no sufrir discriminación por razón del sexo. Otro signo arcaico que también puede y debe evitarse.

No aplaudo su proclamación como rey de España, pero le deseo a don Felipe que el éxito acompañe su reinado, no por la institución que representa, sino por el bien de todos los españoles, de la misma forma que lo haría con un presidente de república, si esa fuera la voluntad de los ciudadanos, y salvando las distancias que los diferencian: un presidente se sustituye democráticamente; un rey permanece hasta que un hijo hereda el cargo. Ello no impide que Felipe VI sea un rey republicano en valores, conducta y actitud. Algunos signos dan muestra de ello. ¡Ojalá cumpla las expectativas!. 

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