domingo, 1 de septiembre de 2013

Promesas incumplidas o palabras mentirosas


Me refiero a las de Mariano Rajoy, no porque tenga obsesión persecutoria contra esta persona, sino porque lo que dice, y sobre todo lo que hace o decide, influye de forma muy directa en mi vida, en la de los míos y en la de los que no le hacen gracias sus silogismos tergiversadores. Si fuera un simple burgués registrador de la propiedad, no lo conocería ni tendría interés por conocerlo. Ni siquiera hubiera tenido ocasión de tratarlo, pues carezco de propiedades que asentar en ningún registro. Pero dada la casualidad de que este registrador en particular es, por milagros de la política, presidente del Gobierno de este país en el que resido, debo seguir lo que anuncia, hace o promete con sumo interés. Sus palabras me involucran y, la mayor parte de las veces, me perjudican.

Y es que este señor se ha labrado una reputación de incumplidor de promesas -para decirlo en términos elegantes- bastante merecida, cuando no de proferir palabras que encubren mentiras -si queremos llamar a las cosas por su nombre- también ganada a pulso. Cada vez que abre la boca, hay que analizar lo que dice y ponerlo en duda. No se sabe si dice lo que parece o lo contrario. Pero como, además, le gusta usar el retruécano para evitar comprometerse, su discurso consiste más en eufemismos que otra cosa, por mucho que aparente hablar con sencillez. Porque vanagloriarse de que hay que hacer lo que Dios manda y actuar con sensatez para referirse a dejarnos más pobres que las ratas, es todo un alarde de manipulación lingüística. Estoy deseando que Irene Lozano escriba otro ensayo sobre “el saqueo de la imaginación” que la derecha que representa Rajoy ha perpetrado con el significado de las palabras, como ya hizo cuando Bush, a la hora de presentarnos una realidad que no se corresponde a la verdad ni a la que soporta la inmensa mayoría de los ciudadanos. 

Ahora vuelve Mariano Rajoy a pronosticar, en un mitin entre fieles que sirve para iniciar el curso político, una rebaja de impuestos para el año que viene. El mismo señor que nos fríe a impuestos y nos asfixia con recortes y demás medidas de “austeridad”, asegura campechano pero rodeado de un impenetrable cordón de seguridad, al acabar sus vacaciones en su tierra natal, que nos dará un respiro con una rebaja de la presión fiscal. ¿Podemos darle credibilidad a esta nueva promesa?

No debemos olvidar que Rajoy era aquel ministro que, hace más de una década, aseguraba que del petrolero Prestige brotaban sólo unos “hilitos” finos, como de plastilina, pero que acabarían ocasionando la mayor catástrofe por contaminación producida jamás en España y que llenaría de chapapote las costas gallegas. La marea negra se extendería desde el norte de Portugal hasta las costas francesas, y la persona que, como portavoz gubernamental del Gobierno de José María Aznar, tuvo que dar la cara para minimizar la gravedad de la catástrofe fue el señor Rajoy. Aquellos eran los tiempos en que la guerra de Irak iba a ser presentada como una intervención humanitaria para desalojar del poder a un dictador que albergaba armas de destrucción masiva. ¿Se acuerdan?

Mariano Rajoy se presta a decir siempre lo que convenga a su interés político. No en balde lleva desde 1981 (toda su vida) dedicado a la política, apartándose de su plaza de registrador de la propiedad en Alicante mediante una excedencia especial que le permite conservar su titularidad e, incluso, alquilar su licencia a un compañero, que le abona los emolumentos correspondientes. Nunca ha querido aclarar esta “compatibilidad” del negocio privado con la actividad pública hasta que el periodista Miguel Ángel Aguilar puso al descubierto, en un artículo en El País, que no la había declarado en el registro de actividades de los diputados del Congreso. Sólo entonces se apresuró a corregir un dato que, de no ser así, nos seguiría ocultando.

Rajoy ha sido ministro de cinco carteras distintas y vicepresidente del Gobierno en ejecutivos del Partido Popular, además de presidente de la Diputación de Pontevedra, Vicepresidente de la Junta de Galicia, secretario general del partido y actual presidente del PP y del Gobierno de España. Conoce, pues, que a unas elecciones nacionales se concurre ofreciendo un programa electoral que sirve de contrato que vincula la confianza de los electores a unas promesas de actuación cuando se acceda al poder. Como responsable de campañas electorales del PP y como candidato en las últimas elecciones, Mariano Rajoy sabía a lo que se exponía al asumir el programa del Partido Popular, tanto el público como el oculto y no dado a conocer.

Lo sabía muy bien, máxime cuando afirmaba con rotundidad que siempre diría la verdad, aunque doliera, para no ser igual que el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, al que acusaba de haber mentido a los españoles en relación con la crisis económica. También aseguraba que no subiría el IVA, que las pensiones eran sagradas, que no se quejaría de la herencia recibida y que no se dejaría gobernar por Europa. Nada de lo anterior se ha cumplido y, lo que es peor, se sabía que no se podía cumplir, lo que constituye un auténtico engaño y una clara mentira.

Este incumplimiento del programa electoral, siendo grave, no representa sin embargo la mayor afrenta que Rajoy comete con los ciudadanos. La más clara evidencia de que la persona que ocupa la presidencia de Gobierno de España no sólo incumple sus promesas, sino que oculta la verdad todo lo que puede y más, es en su relación con el tesorero de su propio partido, con el delincuente Luis Bárcenas. Declarar en sede parlamentaria que no mantenía relación con el acusado Bárcenas tras conocer que tenía cuentas en Suiza y demostrarse la existencia de mensajes telefónicos, es una traición que en cualquier país de mayor calidad democrática haría dimitir inmediatamente al mentiroso. Es imprescindible para la estabilidad institucional del Estado que quienes  ocupan instancias de alta responsabilidad se comporten en el desempeño de sus funciones con la debida probidad personal y profesional. Y Rajoy ha demostrado en su comparecencia parlamentaria por el caso Bárcenas que miente. Ello no sólo descubre la catadura moral del actual presidente del Gobierno, sino la envergadura del problema que afecta a la supuesta financiación irregular del Partido Popular, hasta el extremo de obligar a mentir a su máximo representante, al señor Rajoy.

Estamos, pues, ante las promesas incumplidas y las palabras mentirosas de quien nunca ha tenido reparos en disfrazar la verdad y tergiversar los hechos cuando ha tenido que defender sus intereses y los de su clan social y político. Este señor, dueño de sus silencios y esclavo de sus mentiras, nos promete ahora una bajada de impuestos para el año en que volverán a convocarse elecciones generales. ¿Será verdad y casualidad, al mismo tiempo? ¿Dejaremos engañarnos nuevamente?    

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