domingo, 27 de marzo de 2011

De relojes y trastornos

Hoy es un día raro. Nos cambian la hora y debemos ajustar nuestros relojes internos al nuevo horario. Al adelantar una hora, el día empieza tarde. No podemos, como si fuésemos maquinarias artificiales, adaptarnos a los nuevos parámetros sin cierto desbarajuste. Han de transcurrir varios días hasta que asumamos el cambio y nuestro organismo se habitúe a otras luces, a días anormalmente largos y al calor.

Los relojes biológicos precisan de tiempo, no cambian sus manecillas automáticamente y les cuesta modificar los hábitos que marcaban sus costumbres rutinarias. Ahora, por una decisión que pocos entienden y nadie explica convincentemente, un pretendido ahorro energético incuantificable te obliga a madrugar de noche y a cenar con el Sol aún en el horizonte, precisamente lo menos indicado para unas latitudes en que la insolación debería evitarse porque obliga a gastos en refrigeración más cuantiosos que encender una bombilla.

Pero más grave que el recibo de la luz son los trastornos orgánicos que esos cambios horarios ocasionan en las personas. Aclimatarse a ellos significa vivir varios días con una desorientación temporal que acarrea insomnio y úlceras de estómago, cuando no una confusión psíquica que te puede llevar a la depresión. Pero, claro, estas son secuelas orgánicas que a nadie importa y apenas son cuantificables para las arcas del Estado. Lo realmente destacable es el ahorro energético que nadie, repito, pondera. Por eso hoy me hallo tan raro. Y es que, por más que miro el reloj, mi cuerpo discute la hora. No está de acuerdo. Y protesta. Me hace sentir extraño durante todo este día raro, cuya luz no coincide con la que mis ojos estaban acostumbrados a filtrar en cada momento. Hago lo mismo pero el día parece que no me acompaña. Al final, cuando nos aclimatemos a este nuevo horario, habrá que volver a modificarlo. Sin ser malpensado, a veces creo que lo hacen para volvernos locos, para que nos entretengamos con un nuevo tema de conversación y aprendamos a no cuestionar ninguna decisión gubernamental. Si esto lo hacen con la convención universal de dividir el día en horas, ¿qué no harán contigo? Mejor olvidarlo y procurar dormir una siesta, aunque parezca que pronto va a anochecer.

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