martes, 3 de enero de 2012

Machos asesinos

Como el pasado y el anterior, inauguro el año denunciando la barbarie que soporta la mujer por el hecho de ser mujer, sin que las medidas que se adoptan desde la legalidad (leyes más severas, medidas de protección, casas de acogida, etc.) sirvan para erradicar el problema, sólo lo palian. No hay que congratularse de que gracias a esas medidas insuficientes en 2011 hayan disminuido en 13 el número de víctimas por violencia machista sobre la mujer, sino que habrá de estar muy preocupados por la sinrazón que empuja a unos hombres a asesinar a 60 mujeres sin más motivo que la no sumisión de éstas a la voluntad de sus parejas o exparejas. Algo sigue fallando y matando a la mujer por el mero hecho de serlo.

Cuando escribo estas líneas ya se ha producido la primera muerte de este año en Gerona. Las mujeres siguen, pues, pagando un precio muy alto por la igualdad y la dignidad de sus personas y que muchos son reacios a reconocer plenamente. Son aquellos que las consideran un objeto para su uso en exclusiva, sin posibilidad de aspirar a su propia felicidad personal; los que aún las creen un ser subsidiario a la voluntad masculina; los que las tratan como almas incompletas sin un varón que las arrope bajo su tutela y protección; los que las destinan sin opción al cuidado doméstico y familiar a pesar de la formación profesional que puedan atesorar; los que se empeñan en negar con eufemismos la violencia que padecen por parte de maltratadores y asesinos; y los que, finalmente, empuñan el instrumento con el que dan fin a sus vidas. Hay muchos machos -que no hombres- que participan del asesinato de mujeres en nuestra sociedad, aunque penalmente sea sólo uno el que asume la condición de verdugo.

60 mujeres muertas de manos de sus novios, maridos, parejas y exparejas, de toda condición y estrato social, demuestra un grave problema cultural que obstaculiza una relación de convivencia entre adultos e iguales. Y es un problema derivado de esa mentalidad machista que se considera superior a la mujer hasta el extremo de aniquilarla en caso de no conseguir su obediencia total. Es un problema del varón incapaz de reconocer en la mujer a una persona con derecho al respeto y la dignidad, a dirigir y, en su caso, rehacer su vida y aspirar al pleno desarrollo personal y profesional. Son hombres acomplejados que no soportan el rechazo de la mujer, su realización autónoma ni su alejamiento de la opresión a que las sometía. No es un problema de la mujer, sino de unos machos –que no hombres- que se guían por un instinto animal para asesinar a sus compañeras cuando éstas no aceptan sus requerimientos de sumisión. Son hombres los que constituyen el problema que afecta a las mujeres hasta convertirlas en víctimas mortales de su locura violenta. Un problema que se incuba en unos estereotipos culturales que la sociedad debe modificar. De ahí la importancia de nombrar sin subterfugios la violencia de género que se produce en el comportamiento machista de las relaciones de pareja. No es violencia doméstica, como si de un bofetón a un hijo se tratase. Es violencia machista: del hombre sobre la mujer, exclusivamente. Reconocerlo y nominarlo con pulcritud semántica es fundamental para encauzar las medidas tendentes a solucionar el problema, para hacer pedagogía y concienciar, con la difusión de atrocidades cometidas en lo que debía ser un hogar, acerca de situaciones que permanecían silenciadas por vergüenza y temores no del todo infundados: ellas pagan con sus vidas.

Aunque disminuyan, 60 mujeres asesinadas son muchas mujeres muertas por ser simplemente mujeres. Son madres, esposas, novias o parejas de unos machos que, a pesar de sus gónadas, no son lo suficientemente hombres para aceptar el rechazo de sus compañeras de una unión (matrimonio, noviazgo, relación) que se rompe con la misma voluntad que se formó, por consentimiento. Ningún macho mata a su hembra en el reino animal, salvo el hombre. Y no lo hace por supervivencia, sino por incapacidad psicológica: no soporta que la mujer se comporte con igualdad y sea capaz de tomar sus propias decisiones. La religión, la política, la educación y la sociedad deben tomar cartas en el asunto y combatir, evitando la discriminación y las diferencias entre hombres y mujeres, esta lacra que se abate sobre la mujer. En caso contrario, todos serán cómplices de su situación, de esa violencia de género que mata a mujeres, aunque Ana Mato, flamante ministra del ramo, dijera que es violencia en el ámbito doméstico. Menos mal que rectificó.

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