lunes, 4 de julio de 2016

En plena canícula


Desde esta primera semana de julio nos introducimos en los días más calurosos del verano, nos metemos de lleno en una canícula que acabará derritiendo el asfalto de las calles y las ganas de salir durante el día en los más osados. Aguardando la noche, la ciudad se queja del calor con el ruido de los compresores de los aires acondicionados y el chirrío de grillos y chicharras, que se ponen a estridular como nosotros sudar conforme sube la temperatura. Días largos de una luminosidad intensa que hiere los ojos, aviva los colores y resalta la pureza del blanco en la cal de las paredes y en las telas colgadas de los tendederos. Horas de refugio y frescor en la apacible soledad de habitaciones en sombra y silencio, cual guaridas recónditas contra la violencia inhumana del astro que nos castiga con su dictadura de luz y sus rayos de fuego. Sólo la noche, cuando consigue ocultar al sol tras el horizonte, nos alivia del bochorno y la flama que desprenden edificios y cuerpos con tímidas caricias de aire fresco que invitan a salir al encuentro de la ciudad y satisfacer nuestros apetitos de compañía. Si no fuera porque es la estación de las vacaciones y el descanso, nadie en su sano juicio disfrutaría de este tormento infernal del verano. Sólo la paciencia y la esperanza del otoño nos permite atravesar vivos esta canícula que no ha hecho más que comenzar.

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