domingo, 31 de julio de 2016

Terrorífico julio

Nos fuimos de vacaciones cuando los terroristas teñían de sangre la ciudad de Niza y dejaban un reguero de más de ochenta cadáveres (hombres, mujeres y niños) esparcidos por el paseo marítimo de aquella hasta entonces tranquila urbe francesa a orillas del Mediterráneo. En un escalón más de perversión y crueldad, un terrorista tunecino considerado “lobo solitario” había lanzado su camión de gran tonelaje contra los confiados transeúntes de una calle cerrada al tráfico, buscando atropellar al mayor número posible de ellos, hasta que la policía lo pudo abatir y detener la matanza. Ignoro, por absoluta incapacidad de comprensión, qué valores -civiles o religiosos- puede albergar una persona para declarar la guerra a inocentes ciudadanos que disfrutan de la paz y libertad de su país o lugar de residencia y acabar siendo asesinados de manera atroz y sanguinaria por cobardes terroristas sin alma ni causa. El terrorismo yihadista que golpea Europa y se ensaña con Francia consigue así atemorizar a la población porque matar a inocentes civiles es muy fácil para mentes desequilibradas que no alcanzan a comprender que ninguna razón es superior a la vida humana.

Y es que la convulsión que se expande por la cuenca del mediterráneo y Oriente Próximo desencadena un nuevo episodio de agitación con la intentona golpista de Turquía, que es aprovechada por el actual mandatario para hacer “limpieza” en su país y depurar de sospechosos que lo cuestionan y disienten de su gobierno el ejército, la administración e, incluso, él ámbito civil. Miles de militares, policías, profesores y periodistas, entre otros colectivos, han sido expulsados sin contemplaciones de su trabajo y muchos de ellos acusados de complicidad con los sediciosos. Nunca una intentona golpista había sido tan beneficiosa y útil para afianzar al inquilino del poder. Mientras tanto, en España, el Gobierno en funciones sigue a lo suyo: en función de que Rajoy le dé por convocar alguna negociación seria con la que pactar apoyos a su investidura. Pero nadie desea su compañía. ¿Por qué será? Entre masacres, golpes de estado e inanición política española, julio se manifiesta altamente preocupante.

Viene a subrayar ese carácter preocupante una nueva matanza de policías (y ya van dos este mes) en Estados Unidos, donde tres policías son asesinados y otros tres heridos por un atacante vestido de negro y cara cubierta, en la localidad de Baton Rouge (Luisiana). Este ataque se suma a la espiral de violencia que enfrenta a los ciudadanos norteamericanos con sus agentes de seguridad, los cuales, en los últimos meses, han protagonizado incidentes que han causado la muerte de personas que iban a ser arrestadas, en su mayoría de raza negra. Manifestaciones de odio de quienes se toman la justicia –y la venganza- por su mano contra unos cuerpos del orden de los que se publican imágenes que evidencian un uso desmesurado y letal de la fuerza, que llega a matar a detenidos desarmados y, en algún caso, inmovilizados. Prende en aquel país, con suma facilidad, la pólvora de una violencia que provoca víctimas en razón del color de su piel, la facilidad para la adquisición de armas de fuego y los prejuicios sociales. Demasiados comburentes para la combustión espontánea de violencia.

Y por si no teníamos bastante horror, el mismo día del aniversario de nuestra Guerra (in)Civil un joven refugiado afgano, de sólo 17 años de edad, la emprende a cuchilladas contra los viajeros de un tren en Wurzburgo (Alemania), afortunadamente sin matar a nadie pero hiriendo a tres personas. Unos policías que casualmente estaban en la estación consiguen de varios disparos abatir al atacante. El hecho deja en mal lugar la política de acogida de Angela Merkel, aunque sea el primer incidente de esta naturaleza que provoca un refugiado en Europa, pero aviva los recelos y el rechazo que los populismos de derecha e izquierda enervan contra los que huyen al Viejo Continente de los conflictos que asolan sus países de origen. Mal asunto que, además, alimenta la injusta consideración como presuntos delincuentes y terroristas de los refugiados y los inmigrantes en general. Pero una buena excusa para los que propugnan la seguridad sobre la solidaridad y la libertad.

No es de extrañar, por consiguiente, que estos prejuicios y temores generen reacciones descerebradas en nacionales intransigentes. Como lo demuestra, unos días más tarde, un confuso tiroteo en un centro comercial de Múnich que deja como resultado nueve personas muertas y varios heridos. El hecho se produce una semana después de la masacre de Niza y a cuatro días del ataque en el tren alemán de Baviera. Y es que, si algo ha caracterizado a este mes de julio, ha sido esa sucesión de capítulos de violencia indiscriminada que se estalla en el corazón de la vieja Europa. Dice Sabater que existe una muchachada que es más fácil de convencer para que maten que para la paz… y para estudiar y dudar de sus certezas, añadiría yo. Desde la precariedad, la falta de recursos y de formación, el desarraigo y la carencia de horizontes en la vida, es fácil incubar el fanatismo asesino en vez de preparar a ciudadanos ilustrados que aporten su contribución al progreso y desarrollo de la sociedad.

Pero julio continúa su horrenda marcha hacia lo terrorífico con el degollamiento de un sacerdote de 86 años en una parroquia de Normandía (Francia), país que despierta la obsesión del terrorismo hidayista, dispuesto siempre a brindar las cotas más abominables y repudiables de crueldad y de su empeño por irradiar el terror entre los franceses y la inseguridad en toda Europa. De esta manera, son capaces de grabar en vídeo la ejecución del cura, degollado fríamente por el terrorista en el interior de una parroquia en Saint-Etienne du Rouvray, donde se había atrincherado y secuestrado al párroco, varias monjas y algunos feligreses, pocos días después del tiroteo xenófobo de Alemania. Se trata del quinto atentado yihadista en nombre del Daesh que sufre Francia desde 2015, una obsesión que los asesinos del ISIS parecen dispuestos a no abandonar.

Un dato final que indica que la violencia en julio no se circunscribe sólo al solar europeo, sino que se extiende por otras latitudes. Más de ochenta personas pagan con sus vidas en Kabul, capital de Afganistán, víctimas de un atentado suicida perpetrado por dos terroristas del Daesh contra la manifestación en la que participaban reclamando electricidad para la región. Una violencia ciega que surge a raíz del odio que nutre a fanáticos que sólo disponen de una certeza: matar. Con esa idea han conseguido que este mes de julio haya sido terrorífico.  

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