lunes, 18 de abril de 2011
Un tractor de infarto
Fue al hospital porque había tenido que ir a la capital a comprar piezas para el tractor. Lo que no esperaba es que lo dejaran ingresado desde el primer momento. El compañero de habitación, aquejado de otra dolencia cardiaca, no daba crédito a lo que oía. Aquel hombre rudo y franco se apenaba porque le habían prohibido hacer su vida normal. No entendía que por un simple dolor en el pecho tuviera que renunciar a las caminatas por las montañas de su pueblo, donde había tenido que revolcarse por el suelo hasta que desaparecía aquella opresión cuyo dolor le cortaba el aliento. Tampoco comprendía que le hubieran prohibido acompañar a las romerías locales, en las que preparaba una cabeza de vaca para calmar los apetitos del esfuerzo y el estómago revuelto por el alcohol. Y lo que era peor, que tuviera que dejar de faenar con su tractor, con el que no le importaba mancharse de grasa y fango hasta las orejas con tal de mantenerlo preparado para el uso, como sucedió la última vez. Si no hubiera necesitado ir a por piezas, no se habría acercado al hospital para cumplir con lo que había prometido a su mujer. No comprendía que hubiera sufrido un infarto de corazón.
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