La semana santa me retrotrae a la época en que buscábamos tiempo libre para eso, ser libres o creer que podíamos disfrutar de alguna libertad por estar de vacaciones. De la religiosidad que debía impregnar los siete días de la semana, hasta agobiar con películas lacrimógenas sobre una Pasión mil veces emitida en la única televisión existente, me sentía ajeno. Sólo La saeta, el poema de Machado cantado por Serrat, podía parecerme atractiva por cuestionar la enorme hoipocresía de los que exhiben un fervor por los cristos de madero.
Apuraba mi libertad con las pandillas de amigos y la música. Y nada menos empalagoso para escuchar durante esa semana tan santa que Deep Purple y su famosísimo Hush. Así era yo: mientras una mayoría escuchaba marchas procesionales, yo me inclinaba por ese rock de sonidos potentes, briosos como los mismos deseos de libertad que sentíamos.
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