La vida, de momento, no estaba en juego, pero si la dignidad. Al menos para una persona como él, que valoraba más la reputación que la salud. La prueba a la que tenía que someterse le estaba preocupando más que una intervención de corazón. Era consciente de sus manías y por eso las rumiaba en solitario, sin confiárselas siquiera a su esposa, a la que creía engañar con su silencio y aparente entereza. Pero no podía evitar que, como siempre, ella interviniera, no sólo para descargar la tensión de una simple prueba, sino porque debía colaborar en la preparación previa, tan denigrante como la prueba misma. Reconocía que convertía en un problema un simple episodio irrelevante, pero para él constituía una situación insuperable. Llevaba varios días con el apetito perdido y apenas disfrutaba con lo que, normalmente, solía entretenerle. Sólo deseaba que aquel momento pasase. Y pasó dejándole un rastro de inmensa vergüenza. Porque si grande fue el bochorno que sitió cuando su mujer le puso los dos enemas de limpieza, mayor fue la desagradable sensación de humillación que tensó su cuerpo con una resistencia inútil por someterse a una colonoscopia para realizar una biopsa de próstata. El resultado no le importó. Sólo quiso huir de allí como si lo hubieran violado.
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