Tales declaraciones pueden ser ciertas o no, pero las comparto plenamente. Todos tenemos preocupaciones, nos comportamos en función de una serie de valores y cumplimos con unas normas convenidas en sociedad. Como escritor y como lector escribimos y leemos aquello que nos interesa, nos preocupa o nos satisface. De ahí que, como afirma ese autor, “no sea posible lograr algo que tenga interés para el lector si antes no supuso una preocupación para el autor”. Es la comunión de compartir el mismo mundo y padecer la misma sensación de fragilidad como seres humanos. Poseemos limitadas certidumbres de lo que creemos real y el lenguaje es el único instrumento con el que podemos dominar ese mundo lleno de apariencias en el que vivimos. Por eso toda ficción “amenaza directa o indirectamente a una y la misma emoción: nuestro amor por las personas y por el mundo, nuestras aspiraciones y nuestros temores. Los personajes, acciones y escenarios en concreto son meros ejemplos, variaciones sobre un único tema universal”.
Sin esos relatos a la luz de la lumbre en las lejanas cavernas de la prehistoria o en las páginas más nobles de nuestra literatura, nuestra existencia no hubiera sido tal y como la conocemos. La compañía de la ficción hace humano al hombre y al mundo. Este mundo sería imposible sin los cuentos. Desde que, guarecidos con la luz de las llamas, nos conjurábamos para combatir los miedos a una naturaleza desconocida, la ficción nos ha acompañado siempre en nuestro recorrido nómada por la Tierra.
* El arte de la ficción, de John Gardner. Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja. Madrid, 2001.
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