Muchos no querían encontrarlos e hicieron lo que pudieron para impedirlo. Ni siquiera las leyes lograban aclarar el asunto y un juez fue apartado de su carrera por intentar hacerlo. Cada caso desataba una discusión entre partidarios y detractores. Lo que dividía a ambos bandos seguía provocando dolor y mantenía viva una herida que, tras tantos años, no acababa de cicatrizar. Los fusilados en la guerra tuvieron que permanecer en sus fosas anónimas hasta que los verdugos consintieran a sus familiares recuperarlos para enterrarlos. Todavía aguardan y buscan por campos y juzgados porque todavía no hay perdón ni olvido. Es el miedo a la memoria de los que padecen amnesia histórica.
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