Este año se presenta un otoño de temperaturas políticas elevadas. Varios son las materias combustibles que aumentarán el calor de los próximos meses. Por un lado, la primera huelga general que los sindicatos plantean al gobierno de Zapatero en respuesta a las drásticas y draconianas medidas adoptadas por aquel para hacer frente a la crisis económica y, más justamente, para afianzar la confianza de los mercados en la deuda pública española. Para los convocantes, el fuerte ajuste emprendido por el Gobierno, que por primera vez en la historia reduce el sueldo real de los funcionarios y congela el del año próximo, además de reducir el crecimiento de algunas pensiones, recae fundamentalmente en el “pilar social” que el ejecutivo de Zapatero pretendía abanderar. Los sindicatos se enfrentan abiertamente a estas medidas económicas y las combaten con una huelga general que, de ser masiva, obligará a rectificar tales medidas o dar por finalizada la actual legislatura.
El segundo carburante, altamente inflamable, lo constituyen los Presupuestos Generales del Estado que el Gobierno deberá presentar antes de que finalice el presente mes de septiembre y cuya aprobación no tiene asegurada. Al encontrarse en minoría, los socialistas han tenido que negociar todos los años los apoyos necesarios para su convalidación en las Cortes, pero los próximos, que recogen las medidas de reducción del gasto y otros compromisos de ahorro que el mercado ha obligado a adoptar, hacen que para el ejecutivo de Zapatero los PGE revistan este año una especial relevancia, pues las circunstancias no permitirían, en caso de no ser aprobados, la prórroga de los anteriores sin grave deterioro de la solvencia de España en la economía mundial.
Y el tercer elemento incendiario son las elecciones autonómicas (no en Andalucía) y municipales que comienzan a convocarse a partir de noviembre y en la primavera siguiente. El PSOE es consciente de la escasa popularidad que gestionar todas estas medidas anticrisis le ha acarreado y procura ganar tiempo por si la recuperación económica trae consigo también el apoyo de los votantes. Sin embargo, la pérdida en feudos en los que, como Cataluña, Castilla la Mancha, siempre ha gobernado, supondría un serio aviso de que las opciones en las próximas elecciones generales vendrían torcidas.
Siempre se ha afirmado que un partido no gana las elecciones, sino que las pierde el que ocupa el Gobierno. Y lo que suceda este otoño será un buen indicador del posible batacazo que sufrirá el actual partido en el Gobierno. Por eso se presenta tan calentito.
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