No se puede determinar el curso de los sistemas (la Tierra, las sociedades, la economía, etc.), como no se puede predecir el tiempo más allá de un plazo corto. Hay infinitos factores que lo alteran y lo modifican, desde el aleteo de una mariposa a las ventosidades de las vacas. El caos rompe con el mecanicismo en todo lo que significa determinismo y predictibilidad, es decir, rompe con todo lo que teníamos por seguro y estable. De ahí que nada sea estable ni tenga garantías de serlo por cuanto siempre será producto de las circunstancias y estará a merced de ellas, como ya dedujera Ilya Prigogine.
El orden que vemos es un orden falsificado, un simulacro. Tenemos necesidad, como seres con conciencia, de introducir orden en el desorden, conocer e interpretar la realidad, pero con ello falsificamos lo real para hacer posible un conocimiento domesticado, adaptado a nuestras percepciones, simplificado al principio antrópico: “sólo podemos explicar las leyes y claves que han hecho posible que estemos aquí explicándolas”. Ser conscientes del caos es intuir, desde la singularidad del fragmento, la totalidad del macrocosmos y su correspondencia con el microcosmos.
Las iteraciones que vuelven caóticos los sistemas pueden resultar fecundas por cuanto devienen en nuevos órdenes más complejos, aunque incomprensibles e imprevisibles. Las crisis, las evoluciones y las alteraciones inducen también transformaciones que cristalizan en equilibrios nuevos de los sistemas, sean éstos sociales, climáticos, geológicos o de especies animales. Hasta la comunicación, como sistema social, se ve sometida a procesos de retroalimentación que presuponen la existencia de caos debido a la complejidad de la red comunicativa humana, donde las interpretaciones son múltiples y se producen interacciones dinámicas entre todo tipo de discursos.
El orden y la estabilidad tiende a ser, por tanto, la excepción en el mundo actual. La complejidad y la incertidumbre, la regla. Viajamos en un Universo en expansión del que ignoramos si está al principio o al final de su existencia y en el que resulta necio suponer que lo humano pueda ser su medida y finalidad o sentido. No obstante, lo observamos e intentamos comprenderlo para valorarlo y conocerlo, aun a costa de descubrir sólo el caos en que se desenvuelve y que todo lo impregna, hasta nuestro futuro como Humanidad.
“Caos y Comunicación. La teoría del caos y la comunicación humana”, de Ismael Roldán Castro.
Editorial Mergablum. Sevilla, 1999.
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