viernes, 9 de abril de 2010

Vivir en paz

¿Habrá llegado el tiempo de la sensatez? ¿Se buscará la paz por sí misma o será consecuencia del miedo a la mutua destrucción? ¿Será verdad que se superará la época de la guerra fría y nacerá la del entendimiento civilizado? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta inmediata, pero surgen espontáneamente tras la firma ayer en Praga del mayor acuerdo de desarme nuclear entre EE.UU. y Rusia. Para quien conozca la historia del último siglo, no deja de ser una muestra de esperanza lo rubricado por los mandatarios de las dos superpotencias capaces de aniquilar el mundo bajo una hecatombe nuclear. Parece que se entierran por fin los tiempos dominados por el terror a la “bomba” y que han llevado al hombre a padecer la inexistencia de porvenir alguno, el escenario miserable de vivir bajo la amenaza de la muerte segura e instantánea. Una desesperación existencial que emerge tras los mazazos horribles del nazismo, el estalinismo y la 2ª Guerra Mundial, y que dejaron en la conciencia de la gente la más negra de las impresiones: la desconfianza y el vacío como promesa de futuro.

Por ello es simbólico lo que los presidentes de EE.UU. y Rusia acordaron ayer, es simbólico por lo que representa de esperanza y es simbólico porque rompe al fin con la repercusión más negativa del miedo: la parálisis, aquella que impide avanzar hacia territorios de una verdadera paz sin temor, paz con futuro, de paz por la paz. La Humanidad tiene derecho a asegurar su porvenir en la Tierra basado en la convivencia y el respeto, a vivir en libertad y sin miedo, en ausencia de violencia y guerra. Parece que ha llegado la hora de comenzar a vivir en paz, sólo en paz.

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