miércoles, 28 de abril de 2010

De toreros y gladiadores

Un torero español ha estado a punto de perder la vida en México a causa de una “cogida” de toro durante una corrida celebrada en aquel país. Los medios de comunicación mantienen de actualidad el suceso informando de la evolución posterior del paciente, al parecer salvado “milagrosamente” gracias a la rapidez del cirujano a la hora de contener la hemorragia de la herida. Es el atractivo de la fiesta de los toros: el torero se juega la vida.

El hecho coincide con un debate en Cataluña acerca de la posibilidad de prohibir las corridas de toros en esa Comunidad, lo que ha provocado como reacción una campaña a favor de la fiesta en un diario de difusión nacional. Importantes personalidades de ámbitos diversos –de la cultura, la política, el espectáculo- han manifestado su opinión, decantándose por una y otra postura. Es decir, el asunto, aunque apenas nos afecta, adquiere relevancia social.

Se contraponen argumentos partidarios de la tradición y de mantener como seña de identidad a las corridas de toros frente a los que subrayan la crueldad sin justificación a que se somete al animal, hacer espectáculo de su muerte, lo que representa en sí una corrida de toros. Hay quienes denuncian el sufrimiento innecesario del animal, mientras otros esgrimen la libertad de asistencia a estas fiestas.

Es verdad que no se puede evitar la matanza de animales, pero por cuestiones de necesidad (alimenticia, sanitaria, etc.) y con el menor sufrimiento posible. El espectáculo de las corridas es, precisamente, recrearse en la muerte del toro, por puro placer. Ninguna costumbre, por sí misma, justifica su mantenimiento si no se adecua a los valores sociales que imperan en cada momento. Por eso, cuesta trabajo entender que, igual que los gladiadores romanos, todavía haya personas que se jueguen la vida por simple diversión de circo. ¿O es que no hemos avanzado?

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