viernes, 16 de abril de 2010

Huir desesperadamente

Sé que soy finitus. Huyo de ello desesperadamente. No sólo soy mortal, que es una posibilidad que todos admitimos aunque la consideremos remota, sino que tengo una fecha de caducidad mucho más probable y cada día más cercana. Intento alejarme de ella apurando la distancia que todavía nos separa, a pesar de la inutilidad del empeño: nadie ha conseguido ganar la carrera. La tengo presente en cada acto de mi vida y determina mi conducta. En mi caso, además, siento el retumbar lejano, como un eco, de esa marcha alocada, condenada al fracaso, cuando el silencio de la noche te impide ignorarla. Son voces sordas de tambores sin ritmo que brotan del pecho y en la almohada espantan el sueño.

Desconocer el momento de la derrota convierte cada zancada en una ventaja y cada suceso en instantes irrepetibles que se disfrutan como un triunfo. Se valoran como oportunidades únicas que no se pueden desaprovechar. Miras el mundo con la curiosidad de un niño y los abrazos albergan la fuerza de una despedida. La piel se eriza al simple roce de una caricia y los besos adquieren la dulzura definitiva de lo añorado.

No miras hacia atrás y el horizonte aparece cargado del futuro que hace brillar tus ojos. Apenas nadie percibe esta estúpida disputa con el destino aún cuando ellos avivan el ansia que la provoca. Es en la familia donde empieza la carrera por no apartarse de ella.

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