Es menudita y delicada, quejosa de todo cuanto le molesta, con los ojos abiertos a una luz que no conoce y unas manos inquietas para aferrarse al calor que la consuele y la proteja. Así es mi nieta, acurrucada en los brazos de mi hija dolorida por un parto que no acababa de alumbrarse y por las incertidumbres de unas horas eternas en las que la familia se alternaba para infundirle ánimos y cerciorarse de los centímetros que no dilataba. Fueron diez horas para que la nieta, frágil y bella como un pétalo de rosa, fuera extraída del vientre confortable que la abrigaba. Todo dolor y todo sufrimiento son aceptados cuando el llanto de una criaturita y la cara de una madre agotada, incluso bajo los efectos de la sedación, confirman un feliz desenlace. Los besos y las lágrimas dan la bienvenida a la hija y una nieta que nos hacen sentir la Nochebuena más plena y dichosa en mucho tiempo. Es lo más próximo a la felicidad que ninguna Navidad podría depararnos. Gracias hija, gracias nieta.
2 comentarios:
Uuufff... Enhorabuena, amigo. Es la entrada que esperaba leer. Besos y abrazos a toda la familia, abuelo.
Gracias, JP. Es toda una experiencia volver a descubrir que la inocencia es capaz deconmoverte. Eso es lo que que te despiertan los nietos. Y, antes, los hijos. Ya lo verás.
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