jueves, 11 de marzo de 2010

Invierno sin sol

Sevilla es una ciudad en la que los inviernos son suaves y luminosos, con una claridad tan fresca como la temperatura. Más que el verano, el invierno es la época propicia para recorrerla sin sudar, sin el bochorno agobiante de la canícula, dejándote llevar por lo que impresiona a los sentidos. Luz, olor y sonidos que se vuelven límpidos como el azul del cielo. Por eso no es de extrañar que este año tengamos nostalgia del Sol. Cada día, al descorrer las cortinas, hemos buscado un cielo limpio de nubarrones que no han querido alejarse. Se han encaprichado con Sevilla y nos han obligado a padecer un invierno excepcionalmente lluvioso y gris. Tan húmedos y oscuros como una pena o la congoja. Impregnaban el sentimiento. Más que pérdidas económicas, que las ha habido y cuantiosas, este invierno nos ha traido el desánimo, una tristeza que se instalaba en el corazón y apagaba el ánimo. Era por el Sol. Ha bastado con que amaneciera un día soleado para que nos echáramos a la calle a saludarlo, a dejarnos bañar con sus rayos y sentir su calor.

El blanco de la paredes encaladas ha vuelto a refulgir con ese tornasol azulino que las lagartijas pugnan por medir en sus carreritas verticales, mientras los pájaros surcan los tejados y trinan en los naranjos creyendo que la primavera anida en cada rama. Los puestos vuelven a invadir las aceras y la gente sonríe en las aglomeraciones, donde tienden a mezclarse con cualquier excusa, alegres de no cargar con paraguas ni estar pendientes de charcos o goteras. Es la vida que vuelve a adueñarse de la ciudad bendecida por el sol del invierno.

Sevilla se transforma en una copla de luz, una armonía que en invierno canta al celeste inmenso que la cubre y sobre el que perfila su paisaje de campanarios y almenas. Coronada por el sol.

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