Está de gira por España, en estas fechas, Bob Dylan, un icono de la música del siglo XX y flamante Premio Nobel de Literatura por la calidad, intensidad y lirismo de las letras de sus canciones. Nadie se mantiene más de cincuenta años en la brecha si no aporta en su trabajo un plus de excelencia artística que lo distingue del resto. Este mito viviente de la música moderna de Estados Unidos se ha trabajado como un artesano su prestigio, no por el timbre y sonoridad de su voz nasal, sino por lo que canta y cómo lo canta, representando, así, a toda una época y unas generaciones de gente que de otra manera se hubieran quedado sin trovador.
Sin embargo, yo nunca fui un seguidor fiel ni entusiasta de
Bob Dylan, tal vez porque la música folk, el blues o el rock monótono que
interpretaba no acababan de convencerme y porque no me enteraba de lo que decía
al no saber inglés. Yo pertenecía a esa masa amorfa de fans que se sentía
hechizada por piezas sueltas, como las populares Blowin´in the wind, Like rolling
stone, Knockin´on Heaven´s door
y, naturalmente, Hurricane.
Reconozco, por tanto, mi pedestre cultura musical, lo que no me impide apreciar a
los grandes genios de la música amplificada, como es Dylan, un mito que ha
editado 38 discos a lo largo de su carrera y ahí sigue dando guerra con una
edad en la que otros ya hubieran tirado el micrófono.
Pero me pasa con Robert Allen Zimmeman, verdadero nombre de
Dylan, como con Juan Manuel Serrat, por ejemplo, y tantos otros: son artistas
que me causan una gran admiración y a los que prácticamente idolatro porque
forman parte de mi bagaje musical y sentimental. Pero deploro que se resistan a
jubilarse e insistan en subirse a un escenario cuando ya sus facultades están
mermadas y la genialidad consumida. Volverlos a escuchar en directo estimula la
nostalgia pero también la pena, porque la limpieza de su voz resulta impura e
incapaz de alcanzar aquellos tonos de antaño. No aportan nada nuevo y se
limitan a repetir un repertorio que atrae a sus incondicionales nostálgicos. Yo
he llorado en un concierto de Serrat porque me hacía sentir el tiempo pasado por
él y por mí, retrotrayéndonos a ambos hacia una lejana juventud, ya irrecuperable.
Por eso, con el recuerdo de lo que fueron y lo que
significaron para una época y unas generaciones, prefiero recurrir a los viejos
vinilos o los nuevos soportes musicales cuando deseo deleitarme con su arte y
volver a sentir las emociones que me provocaron en vez de ir a escuchar una
versión añeja de sí mismos, por muy buena banda que los acompañe. Lo siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario