viernes, 23 de marzo de 2018

A veces veo vivos


Con los años aprendes a distinguir los vivos de los muertos. Tendemos a pensar que los muertos permanecen enterrados o incinerados en los cementerios, totalmente apartados del mundo de los vivos y sin más relación que el recuerdo de sus allegados y amigos. Y que los vivos son los únicos seres que disfrutan de la existencia y de un futuro cargado de posibilidades y expectativas. El porvenir de los muertos es la nada eternamente. Sin embargo, yo descubro más muertos que vivos entre las personas que deambulan por la calle y entre las que se relacionan conmigo. Vivos muertos que carecen de esperanza en el mañana y de agallas para afrontar el presente, incapaces de revelarse ante las adversidades, y sin portar un alma que los anime a combatir la sumisión y la opresión que los atenaza. Vivos muertos de mirada apagada y huidiza que soportan o se acomodan a vivir sin dignidad y sin esperanzas. Gente muerta en vida cuya quietud e inacción los asemeja a los que habitan los camposantos. Pero a veces, entre los muertos de la calle, veo vivos, entes extraños y vitalistas que luchan por un destino que no sea la tumba ni el silencio, y que no se conforman con una realidad que los condena a transitar por la vida como zombis. Vivos que se descubren por el fulgor de una mirada inquieta pero clara ante los desafíos que les presenta la vida, disconformes con las ataduras que enclaustran el alma. Me he acostumbrado a distinguirlos y seguirlos entre los muertos. Por ello, a veces, veo vivos de los que aprendo a no morir prematuramente en vida.

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