viernes, 9 de marzo de 2018

¡Llueve!


Tras la atemorizante alarma de impopulares medidas si la “sequía” que padecíamos se prolongase, existe cierta prudencia en declarar la situación superada con la lluvia que está cayendo en toda España desde hace cerca de dos semanas. Lluvias persistentes que, sin ser torrenciales, están regando toda la geografía, aumentando el cauce de los ríos y elevando el nivel del agua embalsada en los pantanos, algunos de los cuales han tenido que aliviar su contenido para poder recibir la proveniente de torrenteras y el deshielo de las zonas nevadas, sin verse desbordados. No se quieren tirar las campanas al vuelo, pero agua hay, hay en volumen suficiente para no preocuparnos en un par de años por su escasez. Al menos, agua para el consumo humano, la que representa la menor proporción del gasto total pero la que carga con el gravamen de mayor cuantía, siendo objeto de campañas atemorizantes de ahorro en cuanto un otoño transcurre escaso de precipitaciones. Hay cierta manipulación con esto del agua, incluso cuando llueve.

Los pronósticos del tiempo -un eufemismo que encubre la incapacidad de pronosticar nada- siguen vaticinando precipitaciones hasta bien entrada la próxima semana, pero ningún responsable gubernamental se presta a anunciar el fin de la sequía. No se quieren pillar los dedos, no vaya ser que la mala gestión del agua y los constantes aumentos de su demanda, en agricultura e industria, principalmente, disparen su consumo y empiecen agotar las reservas. Siempre he pensado que la meteorología peca de soberbia, máxime en los últimos tiempos con esa proliferación de datos, cifras y mapas, porque nunca ha sido capaz de “pronosticar” una borrasca donde antes no la había. Se limita a observar fotografías de satélites y medir presiones para anunciar, con poca antelación, lo que viene de camino. Y con la misma soberbia, los responsables de la política del agua, en vez de prevenir y administrar la existencia de un recurso de obtención tan aleatoria (a ver si llueve), se limitan a atemorizar a la población cuando falta esa lluvia, imponer recargos por causa de la sequía y seguir concediendo licencias para regadíos, urbanizaciones, hoteles, industrias y comercios sin garantizar previamente el abastecimiento pertinente. Luego, nos quejamos y sacamos a las vírgenes en procesión haciendo rogativas para seguir con el negocio y llenar las piscinas.

Pero llover, llueve y con insistencia, como si la divinidad se hubiera compadecido de nuestras miserias, avaricias y falsedades, y para no escuchar más nuestras lamentaciones, dijera: “¡Ea, ahí tenéis agua por un tubo!”. Afortunadamente.

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