lunes, 4 de febrero de 2019

San Valentín feminicida


Febrero es el mes del amor, en el que se celebra el Día de los Enamorados, esa zarandaja comercial con que se estimula un negocio muy lucrativo en floristerías, tiendas de lencería, música, cosméticos, joyerías, agencias de viajes, restaurantes y cuantos establecimientos se dedican a mercadear con ese “detalle” romántico con el que pretendemos simbolizar un sentimiento que no necesita más demostración que el afecto, el respeto y la sinceridad hacia la persona amada. Comienza, pues, el mes que festeja San Valentín, dios venerado por los amantes, incluidos aquellos que, aparte de necesitar demostrar con un objeto lo que sienten, creen que a quien aman es de su propiedad, como ese mismo obsequio con el que quieren hacer patente su sensiblería infantil y hasta su afectividad patológica.

El romántico San Valentín oculta una cara perversa que se manifiesta en esas personas que no dudan en tratar con violencia y hasta en asesinar a sus parejas o exparejas cuando estas deciden dejar de ser una pertenencia más, sometida a humillaciones, de quienes decían amarlas, para asumir su identidad como mujeres, con voluntad propia, derechos y dignidad. Cuando, hartas de afrentas físicas y verbales, optan por no ser meros objetos y escapar del capricho de un varón que las domina para ser dueñas de sí mismas y asir las riendas de su existencia. No son pocas las que soportan esta situación. Ya, en este segundo y más breve mes del año, que tanta ternura despierta a través de una publicidad empalagosa, se elevan a diez las mujeres muertas, asesinadas a manos de una violencia machista que hace del hogar un infierno para la convivencia familiar y un peligro para cualquier mujer considerada una posesión por su novio, marido o pareja.

Pero si esta festividad sensiblera está dirigida, particularmente, a los jóvenes que comienzan a experimentar en su piel las dulzuras del amor, haciéndoles caer en las redes comerciales de un negocio que no tiene nada de romántico, resulta repugnante que sean precisamente unos chavales, casi recién salidos de la niñez, quienes sucumban víctimas de esa violencia de género que confunde amor con propiedad privada o posesión personal y no con una relación sentimental entre adultos e iguales. Es una desgraciada fatalidad que, a punto de celebrarse este falaz San Valentín, una chica de 17 años sea asesinada y decapitada por su novio de 19 en la localidad catalana de Reus, y que en plena lozanía de su juventud pase a engrosar la infame lista de mujeres muertas por violencia machista. Una lacra asesina que afecta a personas de toda condición, sin importar edad, situación económica, creencia religiosa, raza o nivel cultural, pero que tiene como diana exclusiva a las mujeres.

Los jóvenes muertos en Reus (él acabó tirándose por el balcón) no encarnan una versión moderna de Romeo y Julieta, sino que representan el drama insoportable que sufren las mujeres por ser mujeres y relacionarse con hombres que aseguran amarlas mientras consientan ser sumidas y estar oprimidas bajo su voluntad, cual objetos de su propiedad. Esos chicos no encarnaban el amor, sino que fueron el resultado de una enfermedad letal que corroe nuestra sociedad y que se manifiesta con esa violencia doméstica que ejerce el hombre contra la mujer. Representan el rostro perverso de un San Valentín feminicida.   

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