martes, 29 de noviembre de 2011

Revueltas para la teocracia

Las revueltas “primaverales” que han logrado derribar regímenes dictatoriales en algunos países árabes mediterráneos, en los que la población expresó su repudio más o menos pacífico a los tiranos hasta conseguir derrocarlos, parecen desembocar ulteriormente en gobiernos confesionales de corte islamista, coyunturalmente moderados, que se suman a las demandas de democracia sin apenas “mojarse”. Un último ejemplo de este proceso “revoltoso” han sido las elecciones legislativas celebradas hace unos días en Egipto, después de la expulsión de Hosni Mubarak del poder. El aplazamiento indefinido con que el Ejército se resistía a las demandas democráticas llevó de nuevo a la plaza de Tahrir a unos manifestantes que no dudaron en volver a enfrentarse a los uniformados armados. Finalmente se han celebrado los comicios, en los que el brazo político de los Hermanos Musulmanes, el Partido de la Libertad y la Justicia, partía como favorito, junto a Alianza Islámica, coalición formada por otros grupos islámicos más radicales.

Días antes, los marroquíes –sin necesidad de revuelta previa- habían apoyado mayoritariamente en sus elecciones legislativas al partido islámico Justicia y Desarrollo, cuyo líder Abdelilá Benjiran podría resultar el primer radical que llega a Primer Ministro en el reino alauí de Mohamed VI. Algo similar a lo sucedido en Túnez, país donde comenzaron las revueltas que hicieron caer al dictador Ben Ali, en que una aplastante victoria en las primeras elecciones democráticas catapulta a los islamistas de En Nahda al frente del Estado, y cuyo número dos y candidato a primer ministro, Hamadi Jebali, manifiesta que comenzaba “una nueva civilización bajo la égida del sexto califato” (Estado basado en la ley islámica). En la vecina Libia, una vez liquidado el esperpéntico coronel Gadafi con ayuda bélica occidental, andan aún en negociaciones para formar un gabinete que integre a las tribus que conforman el país, cada cual con sus intereses regionales y desconfiadas entre sí. Un poco más allá, en la península de Arabia, Yemen también intenta formar un Gobierno provisional que convoque elecciones, tras conseguir la renuncia pactada –para su seguridad- del impresentable Saléh. Y por último, Siria, enésimo episodio de unas revueltas que cada día se parecen más a una guerra civil por la pertinaz resistencia del presidente Bashar Asad a ceder el poder, a pesar de los muertos: más de 3.500 según la ONU.

En casi todos los casos, las reformas democráticas exigidas por la población acaban dando el triunfo a los islamistas o partidos confesionales, únicos elementos estructuralmente organizados entre los opositores que aprovechan el advenimiento de la democracia para lograr ser elegidos en el primer sufragio que se celebre. Desde el punto de vista occidental, resulta llamativo el ascenso al poder de organizaciones o personajes que representan opciones islámicas que no respetan derechos universalmente reconocidos en cualquier democracia, como es la igualdad de la mujer o la separación entre Religión y Estado. Y es que, aún reconociendo la existencia de países democráticos y laicos sui géneris, como Turquía –donde el Presidente y el Primer Ministro pertenecen al partido islamista AKP (Justicia y Desarrollo)-, sigue siendo una incógnita el resultado de unas revueltas que infundieron esperanza e ilusión a unos pueblos sometidos durante decenios a regímenes despóticos insoportables. Más allá del enigma, causa confusión que sean esos mismos pueblos que derriban tiranos los que entreguen las riendas de su destino a facciones que buscan la legitimidad democrática para imponer unos ideales religiosos con los que amedrentan o excluyen a quienes no los comparten. Todo muy lejos de la justicia, la igualdad y la libertad que caracteriza una democracia tal y como conocemos. Extraño camino el de las revueltas para llegar a las teocracias.

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