miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mercaderes y democracia

La fiebre del pánico se ha apoderado de Europa, como indican los termómetros bursátiles. El mayor proyecto político del último siglo está a punto de ser inviable por culpa de un simple referéndum, precisamente en el solar histórico donde nació la democracia: Grecia. Un proyecto para un espacio único que se inició por lo que parecía más fácil, la convergencia económica y financiera de los Estados que conforman lo que conocemos por Europa, un continente que aglutina pueblos y culturas interrelacionadas desde el Atlántico hasta prácticamente los Urales, y que hace frontera con Rusia, Asia, los países árabes mediterráneos y África. Desde aquella CECA del carbón y el acero hasta el euro, pasando por la abolición de las fronteras del espacio Schengen, el camino recorrido tenía una sola dirección: un futuro de unidad para constituir la segunda potencia política y económica del mundo, tras los Estados Unidos.

Pero lo más fácil se ha complicado a causa de una crisis económica que ha puesto en evidencia la fragilidad del proyecto y las ambiciones usureras de los mercaderes. Cuando éstos últimos creían haber impuesto sus condiciones por encima de la política, acorralando hasta la pobreza a un país cuyas cuentas precisaban de una inyección de capital infinitamente menor que la del rescate bancario, resulta que consultar su parecer a los destinatarios de tales medidas desata el pánico. ¿Desde cuándo se pregunta al enfermo si quiere operarse? Los “médicos” entran en cólera si se cuestiona su terapéutica, pues son proclives a que el paciente ignore otros procedimientos de cura, tal vez no tan ortodoxos, pero menos invasivos. ¿Es la medicina una ciencia exacta? Tan exacta como la economía, pero impone recetas de obligado cumplimiento para no perder su autoridad y el control de la realidad -económica o sanitaria- en la que mantiene intereses.

Grecia ha anunciado la convocatoria de un referéndum para que sus ciudadanos, que llevan rechazando con huelgas generales y algaradas callejeras su empobrecimiento acelerado, decidan sobre tales medidas. Un referéndum vinculante que situaría al país en la bancarrota y, en consecuencia, lo abocaría a salirse del euro, desligarse de la disciplina monetaria de la Unión Europea y demostrar al mundo que aquel proyecto político estaba mal hilvanado.

Resulta, sin embargo, que la aplicación de las normas democráticas en decisiones que afectan a la población no son asumibles por los mercaderes, que prefieren que sus imposiciones sean aceptadas sin rechistar, como hizo Rodríguez Zapatero en España en mayo del año pasado con sus reformas y hasta modificando la Constitución al dictado de Ángela Merkel. Es curioso que la misma actitud de desprecio a los procedimientos democráticos la realicen quienes no se cansan de presentarse como garantes de la democracia en el mundo. Es precisamente lo que hizo EE.UU al abandonar la UNESCO, y retirar su contribución a su financiación, por admitir este organismo de la ONU a Palestina como Estado miembro.

El pánico de Europa y el comportamiento de EE.UU en la UNIESCO responden a un miedo a la democracia impropio de sociedades civilizadas y formalmente democráticas. Pero cuando entran en juego los intereses propios y estratégicos (de mercado y políticos), los procedimientos democráticos parecen sobrar.

La Argentina de principios de la década del 2000, con las medidas restrictivas que impusieron el FMI, BM, OMC y el Gobierno de la República para evitar una ola de pánico y la crisis del sistema bancario, a causa de una insoportable deuda externa y un déficit fiscal que abocaban hacia la suspensión de pagos por parte del Estado, nos descubre la causa de los temores que hoy siente Europa ante la iniciativa griega. Aquel “corralito” y el posterior “corralón” soliviantaron a la población que veía cómo sus ahorros quedaban cautivos o se volatizaban en los bancos, provocando la caída de gobiernos y la fuga de depósitos hacia países más estables. Un ejemplo que se puede extender a otros países de la zona euro si las restricciones al gasto social continúan aplicándose en Portugal, Italia y España, cual mechas incendiarias.

¿Y qué pasó en los demás países intervenidos? Aparte de Grecia, la intervención europea hizo anticipar las elecciones en Irlanda, provocando la caída del partido Fianna Fail, que históricamente gobernaba el país, a favor de una coalición de conservadores y laboristas. También en Portugal fue castigado el partido socialista gobernante y, por lo que apuntan todas las encuestas, en España sucederá lo mismo. Los ciudadanos atribuyen la crisis mundial a sus gobiernos nacionales, que son irremediablemente sustituidos por el opositor, aunque no haga pública sus propuestas. Con miedo a perder poder adquisitivo y derechos sociales, las clases medias, las que más acusan las políticas de restricción del gasto, varían el sentido de su voto hacia quien parece defender sus prerrogativas y mantener su estatus actual.

La democracia queda, por lo que se ve, como válvula para el desahogo de unos pueblos asfixiados por las políticas neoliberales que dictan los mercaderes, pero no para la aprobación o rechazo de éstas. Esas decisiones han de adoptarlas no los ignorantes que las padecen, sino los gurús que las imponen, aunque con ello consigan la explosión social que en Grecia hace temer el más radical y rotundo repudio de las mismas si se consulta en referéndum. Los mercaderes y la democracia no parecen congeniar, hasta que el pueblo se da cuenta. Lo malo es que, además, de ese descontento surgen los populismos que inflaman los extremos.

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