Los sondeos de opinión vienen reflejando el estado de (des)ánimo de la ciudadanía en los últimos tiempos y el agotamiento de un proyecto que no da más de sí. Es decir, ofrecen la fotografía final de un ciclo que se caracteriza por el hartazgo ante un futuro pesimista y descorazonador. El Partido Socialista, tanto en Andalucía como en España y posiblemente en otras regiones donde gobierna, da muestras de una aridez de ideas e iniciativas que aturde a sus propios militantes y simpatizantes. Ya no es sólo la incapacidad para combatir una crisis mundial con medidas que no supongan una renuncia a los valores que distinguían a la izquierda a la hora de gestionar la estructura social, sino esa sensación de parálisis que mantiene agarrotado al Gobierno, en los distintos ámbitos -nacionales, comunitarios y locales-, en una “inanición” que sólo produce espasmos defensivos, balbuceos contradictorios y demás síntomas de un estadio terminal.
Si grave es fallar cuando la situación reclama un “sangre, sudor y lágrimas” que aglutine las voluntades hacia un futuro sin problemas, más calamitoso es que, en tales circunstancias, emerjan las carencias para un liderazgo virtuoso y las consecuencias de años de atropellos y mala gestión. Cuando la honradez y la confianza constituyen las bazas con las que bregar en los momentos duros, difícilmente se podrán merecer éstas si aparecen “faisanes”, “facturas falsas”, “EREs ficticios”, “hijas en empresas subvencionadas”, despilfarros y chalaneos entre quienes con su ejemplaridad iban a conducirnos hacia el progreso y el bienestar.
No se trata sólo de la existencia de obstáculos que impiden el desarrollo de los programas electorales, todos ellos hinchados de buenas intenciones y excesivas promesas, sino que aparecen además abusos y vaivenes que socavan la credibilidad cuando más se necesita y que empañan la imagen de la gestión realizada.
Esa falta de propuestas ilusionantes y la pérdida de credibilidad para afrontar el futuro es lo que evidencian las encuestas sobre una probable derrota socialista en los próximos comicios. No es que el Partido Popular, que también gobierna en algunos territorios y está envuelto en escándalos de semejante envergadura, genere mayor confianza en la población, sino que el Partido Socialista ha agotado la suya, sobre todo por no saber trazar un sendero distinto hacia un porvenir también distinto y mejor. Parece que va a producirse lo que el proverbio vaticina: no se ganan las elecciones, sino que las pierde quien gobierna. Así es el juego.
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