Luego tuve ocasión de leer un par de artículos que me hicieron sentir cierta esperanza por una débil, aunque significativa, reacción de las mujeres contra la opresión misógina que sufren incluso en nuestras sociedades y sobre su desigual combate -silencioso, discreto, imparable y educado, como ellas suelen actuar-, por superar la situación a que las condena la costumbre y unos hábitos que no desean que nada cambie, aunque sean tremendamente injustos e indignos.
Retomo el tema parodiando el título (“Ellas”) con el que Rosa Montero publicaba una columna en el diario El País de hace unos días y en la que se emocionaba al constatar que las mujeres del mundo, donde soportan atroces condiciones en algunos países, comienzan a reaccionar provocando una silenciosa marea de heroínas civiles. Y citaba a las egipcias de las revueltas populares que derrocaron al dictador Mubarak, muchas de las cuales aparecían en televisión sin velos de imposición dogmática y cultas por su acceso a la educación, y a las mexicanas que combaten el narcotráfico y se resisten a ser el objeto de chantaje o placer para la barbarie asesina, pagando un alto precio por tamaña “osadía”.
Y más ejemplos, sin necesidad de abandonar nuestro “primer mundo”. Por fin la política machista y patriarcal, inconcebible en una sociedad moderna, del impresentable Berlusconi ha sido contestada por cientos de miles mujeres que se echaron a la calle, en más de 280 ciudades de Italia, para protestar contra un primer ministro que va a ser acusado de prostitución de menores y cohecho. La fundadora del periódico La Repubblica y luchadora por los derechos civiles, Barbara Spinelli, ha mostrado su confianza en que “la esperanzadora y sorprendente revuelta de tres generaciones de mujeres con Berlusconi sea el principio del fin” de una era caracterizada por el sexismo, machismo, desfachatez e impunidad con que ha actuado Silvio Berlusconi desde que fuera elegido primer ministro de aquella República.
Son botones (escasos) de muestra, pero apuntan a una tendencia que, de continuar, alentaría la necesaria liberación de la mujer de unas ataduras que aún la encadenan a un papel marginal y sometido al varón en las relaciones humanas. Y en ese recorrido hacia su completa equiparación en derechos y oportunidades con el hombre, hacia la ruptura de los techos de cristal que todavía impiden su igualdad real, hemos de estar con ellas. Una vez reconocido su protagonismo ("ellas") en esta lucha, hay que apoyarlas y no dejarlas solas. Por eso corrijo a Rosa Montero. Por eso titulo “con ellas”: porque su lucha no es una lucha de género, sino por la dignidad del ser humano, sin discriminación de ningún tipo y, por lo tanto, también es mi lucha. “A ver qué haces”.
Foto: Getty, El País, 15 febrero 2011, pág 8.
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