lunes, 31 de enero de 2011

Otro año sanguinario

Enero vomita el reguero de sangre de seis mujeres asesinadas por quienes habían jurado amarlas cuando en realidad pretendían sólo poseerlas como se atesora un objeto, para disponer de ellas a voluntad. Comienza este año 2011 con la casuística miserable de la violencia más cobarde de que es capaz el hombre, la que se ceba contra el eslabón débil e indefenso en la intimidad de unas paredes domésticas para abusar hasta la muerte de esa presa fácil.

Ya el año pasado, el día 8 de enero, denuncié en estas mismas páginas el desasosiego que causa esta lacra que no acaba de ser extirpada del comportamiento de unos machos que confunden su baba asesina con la expresión de una fortaleza que delata la patológica debilidad del que no soporta verse rechazado. Si en enero de 2010 eran dos las mujeres asesinadas cuando yo escribía aquel comentario, este año ya suman la cifra de seis las muertes de una espiral horrible con la que empieza otro enero sanguinario.

La mujer paga con su vida lo que los estereotipos machistas y misóginos aún perpetúan en las relaciones de pareja y en muchos hábitos sociales. Son siglos de dominación de unos valores que rebajan a la mujer, todavía hoy, a patrones subordinados al hombre en la mayoría de los ámbitos que ambos géneros comparten. Ni una educación obligatoria ni unas leyes que fomentan la igualdad han podido erradicar el canibalismo de un machismo que es capaz de matar por no ver destronada su supremacía indigna y errónea.

Hasta que el hombre no vea a la mujer como a un hombre, aunque con distinto sexo, con el que debe compartirlo todo, en igualdad de oportunidades y poseyendo los mismos derechos, no empezará a eliminarse esta plaga de la violencia contra la mujer. No es cuestión de hacerla visible sólo en el lenguaje, con esa duplicación de vocablos que tanto gusta a los políticos, sino de reescribir la Historia y levantar una cultura en la que la Humanidad esté constituida por hombres y mujeres, semejantes en todo salvo que de ellas proviene la vida. Sólo entonces, cuando ni en la publicidad sirvan de reclamo, podremos alegrarnos de que por fin la mujer deja de ser un objeto para disfrute del hombre y desaparece como motivo de obsesión en la mente de los babosos asesinos. Ojalá.

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