Me recuerda a una de bucaneros de los mares del Sur. Eso de la Ley antipiratería me trae a la memoria aquellos fieros rufianes, con pata de palo y parche en el ojo, que enarbolaban la enseña negra de la calavera y las tibias cruzadas cuando se decidían abordar al barco que iban a saquear. Lo que empezó como una manera delictiva de vivir, acabó siendo un instrumento de la estrategia inglesa para socavar la financiación que el Imperio español conseguía en sus dominios de América. Sir Francis Drake alcanzó tal honor gracias a la piratería en beneficio de su Graciosa Majestad.
Navegar por Internet presenta riesgos idénticos. Existen sitios en la red que se dedican a ofrecer descargas gratis de páginas sujetas a derechos de autor. Como antes el oro, ahora se trafica con obras y productos que se expolian sin respetar el derecho a la propiedad intelectual. Y de la misma manera que hace siglos los piratas creían ser los dueños de todo lo que flotara en los mares, hoy los internautas consideran que lo que circula por Internet es de libre disposición y puede ser utilizado sin limitación alguna.
Sin embargo, estoy convencido de que los usuarios de la red no son los causantes del inmerecido honor que disfruta España como país que lidera la piratería europea. Los causantes de ese desprestigio son quienes negocian gracias a la piratería y contra ellos se dirige la denominada Ley Sinde que acaba de consensuarse en el Senado entre el PSOE, PP y CiU. La Ley impulsada por el Ministerio de Cultura concibe el cierre de páginas web de forma expresa si sirven sin autorización contenidos sujetos a derechos de autor.
Las modificaciones introducidas en su tramitación del Senado dotan de mayor tutela judicial al proceso de intervención administrativa que podría desembocar en el cierre del sitio virtual investigado. Según la ministra Ángeles González-Sinde, la Ley “no supone una amenaza para el uso de Internet. Tiene que quedar claro que no se perseguirá a los individuos”. Pero otros, como al Director de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia, que acaba de dimitir por este motivo, estiman que “la nueva Ley ni ayuda a los creadores ni a los internautas”.
¿Quién gana con todo esto? Internet no es ajeno al negocio de la comunicación en general. Todas las normas que han pretendido regular este sector acaban beneficiando la concentración y los intereses económicos de la industria. La comunicación y la información, de las que Internet es sólo un modelo distinto, constituyen un medio de control social y, por lo tanto, forman parte del sistema de poder, al que contribuyen a perpetuar. Internet no podía ir por libre ni tener la posibilidad de convertirse en una fuente alternativa y descontrolada de comunicación. Había que “regularlo”.
Como los piratas antiguos, éstos de ahora han de transformarse en instrumentos ejecutores del poder, conseguir licencias de difusión, integrarse en el sistema de mercado y adherirse a los valores e ideas que sustentan al capitalismo que nos domina. Es posible que esos servidores sólo buscaran el lucro particular, pero permitían el acceso ilimitado a lo que ya venía gravado por el canon de compensación por copia privada.
A partir de hoy ya no queda lugar en el mundo para soñar aquel viejo ideal de libertad que los piratas encarnaban, ajenos a cualquier norma y atadura. Sinde ha acabado con los bucaneros porque la economía se impone a cualquier sueño. Es el fin de las utopías.
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