TVE dista mucho de ser una cadena de televisión con el prestigio que atesora la BBC inglesa, pero se orienta a parecerse a ella paulatinamente. Hay que reconocer que, desde que abandonó la publicidad comercial, sus programas y sobre todo las películas pueden contemplarse con la atención debida y sin las interrupciones prolijas que hacían desesperar al telespectador. Financiarse sólo con la aportación económica asignada en los Presupuestos Generales del Estado, en contraprestación a su consideración como servicio público y renunciando al importante trozo de la “tarta” de los ingresos publicitarios, es una apuesta de calado que afianza su camino hacia una televisión de calidad, aunque lejos aún del modelo de la BBC en cuyo espejo se contempla.
Un primer paso hacia ese modelo lo constituyó la elección del presidente de la Corporación de RTVE por parte del Congreso de los Diputados y no por designación directa del Gobierno. Así se ha librado de ser “correa de transmisión” del gobierno de turno y de caer en aquellos bochornosos dictados de la “voz de su amo” que se empeñaban en negar la realidad, como eran los telediarios de entonces (Recuérdese a Urdaci rectificar una manipulación informativa por sentencia judicial).
Ahora no hay comparación, en cuanto a pluralidad, amplitud y profesionalidad en la selección y elaboración de noticias, de sus espacios informativos con los de cualquier otro canal de televisión de España, si nos atenemos a criterios objetivos. Solamente CNN+ podía competir con esa capacidad para acudir allá donde se producía el hecho noticioso, pero con la venta de Cuatro a Telecinco ha desaparecido la única opción existente para contrastar programas informativos sin una descarada tendenciosidad editorial. El Canal 24 horas de TVE ha quedado como el único reducto de espacio dedicado exclusivamente a la información, durante las 24 horas del día, en la televisión de España, lo que evidencia la despreocupación que prestan las corporaciones audiovisuales a la hora de ofertar lo que es sin duda (dados los índices de lectura de prensa en este país) el único modo de acceso a la información para un amplio sector de la población.
Pero si la información tiene en TVE un referente indiscutible, con éstos y otros programas (Informe semanal, 59 segundos, etc.), el respeto hacia el espectador cuenta también en la cadena estatal con un puntal destacado, no sólo al ahorrarle el consumo de publicidad, sino también al velar por el contenido de su programación en horario de especial protección para la infancia, que se extiende desde las 6 hasta las 22 horas. El Manual de Estilo de la RTVE, entregado a finales de diciembre a la comisión mixta de Control del Congreso y el Senado, considera las corridas de toros como actos de violencia con animales que deben ser evitados durante esa amplia franja infantil. La renuncia a retransmitir este tipo de festejos, en un país que identifica la tauromaquia como hecho cultural y sociológico, es de enorme trascendencia y tendrá indudablemente amplia repercusión en el debate ciudadano, aunque haya señalado que ofrecerá programas “específicos” en TVE y RNE para hacer un seguimiento informativo de los aspectos artísticos, literarios, medioambientales y sociales sobre la lidia, en particular, y el mundo del toro, en general.
No obstante, el veto a las corridas de toros en TVE hay que enmarcarlo en esa transformación que experimenta la cadena pública desde una televisión generalista y comercial hacia una televisión de servicio público y de calidad, que, sin rehuir a una audiencia que le dé sustento, compite por ella con criterios distintos a la mera rentabilidad económica. De este modo, sólo en TVE se pueden disfrutar programas que, aunque es cierto atraen a una minoría de telespectadores, revelan un afán crítico y esclarecedor sobre las estructuras políticas y económicas que determinan la realidad de nuestras sociedades, como el programa “Los amos del mundo” (TVE2, 15-10-2006), entre otros.
El peligro de esa intención por coincidir con el modelo que representa la BBC británica, del que todavía nos encontramos muy alejados (sobre todo en cuanto a programas de producción propia), es la progresiva pérdida de cuota de pantalla, acostumbrado como está el telespectador indiferenciado a la frivolidad y el espectáculo gratuitos. Es evidente que ello supone un riesgo frente a los Gran Hermanos y las Esteban que tanto abundan en la parrilla televisiva actual, pero el riesgo lo corren quienes prefieren la vulgaridad y la chabacanería y no los que, constituyendo una incomprensible minoría, aplauden el derrotero por el que parece encaminarse la RTVE. ¡Bendita sea la hora!
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