Las cosas requieren tiempo, unas veces más sosegado y, otras, acelerado, pero ninguna puede hacerse sin disponer de un momento dedicado a ellas. En mi caso, a veces me precipito en hacer alguna tarea, aunque también hay ocasiones en que me tomo tiempo para mascullar la iniciativa. Por lo general, de sabios son los consejos de no tomar decisiones en caliente y de servir las venganzas en frío. Razones tienen quienes devuelven la afrenta cuando el ofensor la ha olvidado.
Sin embargo, sucede también que el tiempo no se deja administrar a nuestro antojo. Es entonces cuando se hacen las cosas cuando se puede o cuando nos dejan. A este grupo pertenece la mayoría de mis acciones. Me imagino que a muchos les pasará lo mismo. Llenamos nuestras vidas con compromisos insustanciales que restan tiempo para hacer lo que realmente nos gusta. Haga la prueba. Escriba en una libreta, desde que se levanta hasta que se acuesta, una relación de todo lo que usted realiza cada día. Y a continuación deje dos columnas para anotar lo que considera imprescindible y lo que son simples rutinas. Se sorprenderá de lo “apretada” que tendrá la columna de asuntos triviales en comparación con la que pensamos son importantes.
No se extrañe si descubre que llenamos el tiempo de hábitos cuyo único sentido es buscar cobijo entre los demás, en la tribu o el grupo del que formamos parte. Los cafés, cigarrillos, quinielas, loterías, cervecitas, conversaciones, saludos y demás ritos que nos sirven para relacionarnos con quienes consideramos iguales y cuya compañía refuerza nuestra autoestima.
Luego está el tiempo empleado en actuar para los demás, en labrarnos una imagen a satisfacción de quienes nos miran y juzgan. Vestuario, ademanes, lenguaje, peinados, perfumes, vehículos, prensa, preferencias deportivas, culinarias, creencias, actos sociales, etc., son, entre otras, señales con las que expresamos, en un lenguaje tan rico como el verbal, el personaje que construimos, lo que pretendemos.
No anote en esa columna el tiempo dedicado al ocio ni al trabajo porque ambos pertenecen a la columna de cosas importantes. El trabajo es productivo para satisfacer nuestras necesidades básicas y el ocio, bien entendido, para alimentar nuestras aspiraciones más sublimes, aquellas que permiten nuestra evasión y la superación de los condicionamientos que nos atan. Es el tiempo dedicado a la música, la lectura, el deporte, el estudio o la simple observación de nuestro comportamiento y entorno.
Haga balance: elimine ahora todo el tiempo que le resulta prescindible, aunque pertenezca a costumbres muy enraizadas en sociedad. Reste las horas consumidas frente al televisor, por mero hábito horario y a pesar de no presenciar nada edificante. ¿Cuánto tiempo recupera? Seguramente, más del que imaginaba. ¿En qué lo empleará?
Es posible que concluya que su agenda le posibilita mantenerse ocupado ya que, de lo contrario, no sabría qué hacer con el tiempo libre. Si esa es su situación, no me haga caso. Este ejercicio está dirigido a los que no tienen tiempo para leer cómo pierdo el mío.
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