lunes, 23 de noviembre de 2009

Grasa humana

Yo creía que ya nada del mundo me sorprendería. Me consideraba vacunado ante cualquier atrocidad que el hombre pudiera cometer porque ya las había ensayado todas. Los totalitarismos del siglo pasado apenas dejaron resquicio para alguna infamia nueva. Ni siquiera el tráfico de órganos, extirpados a desgraciados del tercer mundo para saciar el ansia de inmortalidad de los pudientes, despierta ya la más mínima culpa. No entra en la agenda de nuestras preocupaciones (éticas, al menos) y, por lo tanto, no existe. Niños en armas, hambre, sed y aniquilación, señores de la guerra jugando a piratas, colonias abandonadas a su derecho de autodeterminación tras ser escrupulosamente esquilmadas, pueblos enteros sucumbiendo a enfermadades por imperativos de la patente, continentes materialmente huyendo en pateras, emigración y "turismo" para lucro de mafias, proxenetas y economías sumergidas, conflictos geoestratégicos del imperialismo, terrorismos de todo color, fanatismos varios, etc. Para quien siga la huella del ser humano, ninguna barbarie podría asombrarle. Capaz de elevarse a las más altas cimas espirituales, no renunciaba a la exploración de las oscuras simas de la degeneración y la crueldad. Nada le estaba vetado. Todo estaba ya experimentado. Eso creía yo, hasta ayer. Todavía podemos sorprendernos con nuevas atrocidades. Nada se escapa al negocio. Ni la grasa humana. Una red asesinaba a campesinos de un país sudamericano para extraerles la grase del cuerpo y venderla a Europa donde, naturalmente, ni analizábamos ni prenguntábamos la procedencia de una materia útil para la fabricación de lubricantes y ungüentos. Campos de exterminio, mercancía humana, ¿dejará el hombre alguna vez de avergonzarnos?

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