jueves, 8 de julio de 2010

Mi nieta

Apenas tiene dos semanas, un puñado de días en el inicio de su desarrollo y crecimiento, los primeros instantes de una vida. Es frágil y desconsoladamente indefensa. No puede hacer frente a nada y es vulnerable al frío, al calor, la sed, el hambre, los gases, la luz excesiva, las irritaciones de la piel, a todo. Su única defensa es el llanto, con él expresa todas las quejas, quién sabe si también los sustos o temores. Está desvalida frente a un mundo hostil en el que no tiene ninguna ventaja, salvo sus padres. Aunque dormir y llorar son, por ahora, sus únicas muestras de actividad, mamar la mantiene íntimamente unida a una madre extasiada con su retoño, tan inerme. Se forja así un lazo infalible que la protegerá durante toda su vida, le procurará cuánto necesite y no permitirá que nada le haga daño. Es el lazo que comienza a anudarse durante la maternidad, pero que definitivamente las inerva con ese instinto que la especie ha dispuesto para que los progenitores se sacrifiquen por su descendencia.

Es menudita, un proyecto aún en ejecución que empieza lentamente a desarrollar sus capacidades. Sus ojos se abren a una vigilia que no sabe lo que ve ni lo que oye. Intentamos hacerle brotar una sonrisa cuando ni siquiera ha aprendido a mover los músculos que materializan los gestos. Todo son planes para cuando hable, gatee por el suelo, dé sus primeros pasos, descubra el mundo que le rodea. Pero no hay prisas. Aunque parezca un proceso sumamente lento, los abuelos confían que el tiempo les permita aprovechar lo que ellos no pudieron demorar con sus hijos, embelesarse con esos instantes iniciales antes de que se transformen en adultos como un suspiro. De ahí nace la fascinación de los abuelos, de la segunda oportunidad que los hijos les brindan para disfrutar de los bebés cuando más lo necesitan y más dependientes son de sus progenitores. Ese es el hechizo hacia los nietos que tanto encanta a los abuelos. Quieren revivir unos años que como padres reconocen que transitaron demasiado deprisa. Por eso no se cansan de abrazar y acariciar a los nietos. Con cada morisqueta rememoran las que hicieron a sus hijos, ahora padres que los contemplan sin comprender lo que incluso ellos consideran no haber recibido. Tampoco les preocupa porque saben que lo entenderán cuando ellos sean abuelos también. Ahora el centro de toda atención es la criatura, mi nieta. Tan pequeñita y delicada.

No hay comentarios: