miércoles, 28 de julio de 2010

Las corridas de toros

Hoy se vota en el Parlamento de Cataluña una moción para mantener o prohibir las corridas de toros en aquella región. El asunto suscita debate en todo el país pues lleva implícito el sentimiento españolista de la “fiesta nacional”, como emblema universal de nuestra idiosincrasia. La verdad es que el asunto trasciende la mera discusión sobre la abolición de una “salvajada” gratuita contra un animal, por muy secular que sea la costumbre y por muy arraigada se esté entre los españoles.

Acuarela de Denis Gringas

Hay varias consideraciones que deberían tenerse en cuenta. El negocio no lo permite todo. Hablar de la cantidad de dinero que la “fiesta” genera o de los puestos de trabajo que desaparecerían, sería utilizar argumentos que también servirían para autorizar la prostitución, por ejemplo. Y hacer hincapié en el arraigo de la costumbre es blandir el razonamiento que acepta la ablación de clítoris en los países que la practican… porque forma parte de su tradición histórica.

Una acción violenta y gratuita como son las corridas de toros ha de ser abordada desde la razón, donde debe imperar aquellos valores que dignifican al ser humano y lo apartan, humanizándolo, de la simple condición animal. Si los gladiadores no son concebibles en los tiempos actuales, la figura del torero tampoco, por idéntica razón: nadie debe jugarse la vida como simple espectáculo de circo. La muerte como diversión es incompatible con la civilización y los derechos del hombre. Y hacer sufrir a un animal hasta la muerte por el mismo fin, función gratuita de violencia, tampoco. Ambas acciones ofenden aquella dignidad que perseguimos como valor intrínseco de la humanidad y causan repudio a la razón y a la más embotada sensibilidad. El respeto a la vida es premisa en el frontispicio de los ideales humanos, así como evitar el sufrimiento de los animales que nos sirven de alimento y abrigo, a los que sacrificamos por imperativos fisiológicos. Pero jugar con la muerte y el dolor de forma gratuita entre personas y animales, como mero espectáculo, es denigrante.

El último argumento ecológico de los defensores de las corridas es pueril. La raza del toro de lidia también podría conservarse en espacios protegidos, como se hace con el lince o el buitre, sin necesidad de matarlo en una plaza. El interés económico particular no puede prevalecer sobre un valor general, aunque algunos ganaderos pierdan un negocio “redondo”, porque les preocupa más su interés particular que la supervivencia de una especie animal. Su protesta coincide, casualmente, con la de los balleneros japoneses, a quienes matar ballenas les parece un comportamiento “ecológico”. Y eso que no lo hacen para que los demás saquen el pañuelo desde el graderío.

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