sábado, 24 de julio de 2010

Fotograma, 16

El padre del niño solía acudir al taller de electricidad que un hermano mayor, tío del niño, tenía instalado en un local de la misma calle, a una manzana de distancia, también frente a la plaza del pueblo. Era un local pequeño pero repleto de radios, televisores y otros pequeños electrodomésticos, la mayoría de ellos desmontados y con sus piezas al descubierto. Aquel sitio era para el niño un lugar de fantasía en el que los juguetes eran los destornilladores, alicates y tornillos. Al niño le encantaba acompañar a su padre y curiosear las tripas llenas de cables, condensadores y bobinas de tantos aparatos estropeados. Le encantaba ver cómo eran por dentro e intentaba comprender su funcionamiento, ayudando en lo que consintieran su padre y su tío. Nunca recompuso ningún aparato, pero al menos le dejaban entretenerse con los que ya no tenían arreglo y servían sólo como fuente de repuestos.

Así, junto a su padre y su tío, el niño empezó a jugar con la pistola soldadora y los rollos de estaño, viendo cómo la punta de aquella derretía el metal hasta formar gotas que se dejaban caer sobre las conexiones eléctricas para unirlas. En aquel lugar era donde su padre manipulaba lo que estuviera intentando recomponer, aunque no fueran electrodomésticos. Por eso el niño aprendió allí a usar una brocha impregnada en gasolina para limpiar de grasa algún componente automovilístico. El padre gustaba arremangarse para intentar arreglar cualquier cosa y se pasaba las horas con su hermano trasteando en el taller, donde el niño también se mantenía embobado procurando inútilmente tensar el hilo del selector de canales de una vieja radio o insertando las frágiles patitas de las bobinas dentro de sus conexiones en los televisores. Son sensaciones tan gratas que el niño no las ha olvidado nunca. El taller de su tío era el recinto de la felicidad, donde una mancha, una quemadura o algún destrozo eran premios al esfuerzo y no motivos de castigo, como sucedía en la calle o en la casa. Allí el niño podía hacer prácticamente lo que quisiera y, aunque no lo recuerda, de alguna manera sabe que así fue.

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