miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cambio climático en Varsovia

De cuántos asuntos glosábamos en la entrada anterior, el que revestía mayor interés era el de la Cumbre Climática de la ONU (COP19) celebrada en Varsovia hace unos días (23.11.2013). Ni siquiera el acuerdo sobre el control del material nuclear con fines pacíficos de Irán, por fin sujeto a supervisión internacional, merecía tanta atención, ya que sus repercusiones, en el indeseado caso de conflicto, no alcanzarían las dimensiones globales que ocasiona el cambio climático. Sin embargo, las consecuencias del calentamiento de la atmósfera afectarían a todos los habitantes de la Tierra. De ahí mi obsesión.

Pero, desafortunadamente, ni los mismos países participantes de la Cumbre de Varsovia aprecian la importancia del cambio climático. Las conclusiones logradas con mucho esfuerzo en Varsovia son realmente frustrantes. Causan decepción en quienes confiaban un mayor compromiso de los países que suscribieron el Protocolo de Kyoto tendente a disminuir las emisiones de gases contaminantes de efecto invernadero. Es más, no hubo compromiso alguno, sólo un acuerdo de mínimos para “contribuir” al esfuerzo por reducir las emisiones. Es decir, promesas vagas para quedar bien. Era algo que se veía venir tras el abandono de las ONG de la cumbre por la reticencia de muchos países a presentar objetivos cuantificables de reducción de emisiones antes de 2015. Un fiasco.

Estas cumbres surgen de la Convención sobre el Cambio Climático, adoptada por la ONU en 1992, con el fin de concienciar a la población mundial sobre los problemas derivados del calentamiento de la atmósfera, que los científicos achacan a la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono y otros gases, a causa de la actividad humana, que provocan un “efecto invernadero”. Como instrumento de esta Convención, en 1997 se elabora el Protocolo de Kyoto, que no entró en vigor hasta 2005, por el que los países que lo suscriben se comprometen a reducir en un 5 %, al menos, el porcentaje global de emisiones contaminantes en el período de 2008 a 2012. No todos los países “contaminan” por igual, sino unos más que otros. Estados Unidos, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, no ratificó el acuerdo. Y sigue sin hacerlo.

Y es que es bastante complicado poner de acuerdo a naciones desarrolladas con países en vías de desarrollo. Gran parte de la cumbre ha consistido en una confrontación entre ellos en defensa de sus respectivos intereses cortoplacistas. Tanto EE.UU, el más importante de los países avanzados, y China, el mayor representante de los emergentes, difieren a la hora de ponerse de acuerdo, aún cuando entre los dos aportan el 41 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Máxime si se tiene en cuenta que, a los primeros, tales medidas le suponen invertir en tecnologías “limpias” que hagan sostenible su desarrollo, y a los segundos le limitan su capacidad para lograr el mismo techo de desarrollo. Para que se comprenda mejor: los que más combustibles fósiles “queman” con su nivel de vida exigen que los demás orienten su desarrollo de forma sostenible.

Se temía un fracaso absoluto que ha sido evitado con ese acuerdo de mínimos que, al menos, salva los mimbres. Se mantiene el compromiso de “contribuir” al recorte de emisiones de gases invernadero, incrementando los “auxilios climáticos” e informando cada dos años de la evolución al respecto. También se ha alcanzado un acuerdo para proteger los bosques tropicales, dada su capacidad de absorber dióxido de carbono, mediante la financiación de proyectos forestales en naciones en vías de desarrollo. Y se ha acordado encauzar ayudas económicas y tecnológicas a países afectados por los desastres del cambio climático, al objeto de que puedan prevenir y reparar sus consecuencias. Y poco más. La única gran novedad, grata por cierto, es que sólo la Unión Europea, entre los cerca de 200 estados participantes en la Cumbre del Cambio Climático de Varsovia, avanzó que presentará sus compromisos de reducción de emisiones en enero del próximo año.

Aunque es indiscutible su fundamento científico, las dificultades económicas y los intereses egoístas de algunos países impiden abordar los problemas del cambio climático con el compromiso obligatorio y vinculante que requieren. Es triste constatar esta limitación de miras cuando lo que está en juego es el futuro de nuestro planeta. Confiemos en que, cuando se decida de verdad hacer un uso sostenible de nuestros recursos, la actividad industrial humana no haya asfixiado al mundo ni nos haya condenado a la desaparición. Así de grave es este problema que no se aborda con el debido rigor, a pesar de los esfuerzos de la ONU y su Convención sobre el Cambio Climático.

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