lunes, 23 de julio de 2012

Una semana de vértigo

No hay más que alejarse de la cotidianidad para percatarse de la velocidad con que se desenvuelve. La realidad es una frenética sucesión de acontecimientos que, sólo alejándose de ellos, es posible vislumbrar el dinamismo vertiginoso que les caracteriza. Es lo que me ha pasado en esta semana.

Me retiré del “mundanal ruido” con la paga de navidad eliminada de mi salario, aunque luego el ministro “bandolero” dijo que ello no suponía una reducción de sueldo, sino un simple “retraimiento” de una parte de mis haberes. Desde fuera del fragor dialéctico, se veía claramente lo que había hecho Montoro: ni elimina ni retrae la paga de navidad: me la “sustrae” descaradamente, como haría José María el Tempranillo: para ayudar a los pobres… ¡bancos!.

Unos bancos a los que se les va cayendo el antifaz tras el que ocultaban su avaricia e inmoralidad. El mayor banco de Europa, el británico HSBC, es acusado en un informe del Senado de EE UU de lavar dinero del narcotráfico o financiar el terrorismo, ignorando y saltándose las normas y regulaciones fijadas para detener el flujo de dinero ilegal. Por si había alguna duda de cómo actúan estos operadores del capitalismo, aquí en España, un juzgado de Valencia condena a BNP Paribas a pagar 44.504 euros a un cliente al que había engañado con la venta de participaciones preferentes sin informar de las características del producto. El refugio de pequeños ahorradores era, en realidad, una cueva de ladrones.

Ese es el famoso mercado que anhelan los grandes empresarios y la patronal, a los que escucha el Gobierno: sin normas ni regulaciones. A un exrepresentante de ellos, Díaz Ferrán, que fue presidente de la CEOE (sindicato de la Patronal, de cuyos “liberados” sindicales nada dice ninguna “reforma” de Rajoy ni manda ¡A trabajar! aquella “personalidad” de escabroso apellido y dedito en peineta), lo acusa la policía de evadir dinero para eludir el bloqueo de sus fondos en España con que afrontar los juicios que tiene pendiente con la Justicia por la quiebra de sus negocios. Este “ladronzuelo” –comparado con Bankia- es claro ejemplo del modelo que lleva a la corrupción y al fracaso de cualquier actividad económica en el país, y no el supuesto “vivir por encima de sus posibilidades”  que se achaca a unos trabajadores que piden préstamos al mercado financiero con la solvencia de sus trabajos. Aquí lo que ha habido es el timo del rico para hacerse más rico, con la anuencia de los Gobiernos y la complicidad de los políticos. Simplemente.

Y luego se quejan de que los simples mortales critiquen sus exorbitados emolumentos. Brufau, presidente de Repsol, lamenta que el Gobierno intente limitar los astronómicos sueldos de los altos ejecutivos porque -eso dice el prenda- contribuyen a llenar las arcas públicas al tributar al 56 por ciento en la Declaración de Renta. Pero no presenta ninguna copia de su declaración para demostrar tal afirmación… ¿Cree usted, amigo lector, que declara todos sus ingresos y por todos ellos cotiza a Hacienda? Es la actitud que Paul Krugman denomina “el patetismo del plutócrata”: esa deferencia que los muy ricos esperan del resto de los bellacos y les hace percibir cualquier crítica como un “ataque al éxito” que ellos encarnan. ¡Pobrecitos!

La política también ha dejado su reguero de baba. El Parlamento de Andalucía se “planta” y lidera una contestación a lo que considera un ataque al modelo autonómico consagrado en la Constitución y al Estado de Bienestar, aunque inmediatamente precisa que lo hará desde la legalidad y el respeto institucional. Es decir, cumpliendo con las leyes que vengan de Madrid, que obligan a aplicar las tijeras en los Presupuestos andaluces y a reducir el tamaño de la Administración regional, eliminando prestaciones y servicios públicos. ¿Eso es plantarse?

Más política: tras innumerables cónclaves, por fin hubo elección de nuevo presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en la persona del juez Gonzalo Moliner, propuesto por el vocal más “apestado”, José Manuel Gómez Benitez, cuya denuncia ante el Fiscal General determinó que Carlos Dívar, el de los viajes de lujo y placer a Marbella, tuviera que dimitir. Parece justicia pero es política, porque se debatía entre distintas “sensibilidades” (políticas) a la hora de la elección, donde ha triunfado el voto de todos contra todos, hasta que uno se ha quedado sin silla.

Y como estamos en verano, vuelven los incendios en un país de pirómanos. En Gerona hay uno que está arrasando más de 10.000 hectáreas de bosque y segando vidas. Hasta el Escuadrón Militar de Emergencia (EME), iniciativa del expresidentes Zapatero que nadie se digna reconocer, da abasto para sofocar unas llamas que carbonizan cuanto encuentran a su paso: naturaleza, bienes y personas. Tenemos un serio problema con el fuego en España que, hasta que no convierta en desierto todos nuestros recursos, no atenderemos como es debido: con multas, cárcel, prohibiciones de “rentabilidad” del suelo y maderas quemados y una cultura de respeto a nuestro entorno medioambiental.

Lo mismo sucede con el aborto: otro problema que se teje y desteje. El ministro aparentemente más “progresista” de la derecha, Alberto Ruiz Gallardón, acaba de proponer que las malformaciones del feto no sirvan como supuesto contemplado de aborto. Ya sólo falta por suprimir también el riesgo de la vida o la salud de la mujer para que no exista resquicio alguno para el aborto en España. Para el ministro aparentemente más “progresista” de la derecha gobernante, incluso la antigua legalidad del aborto basado en supuestos a la que había retrocedido, al derogar la ley de plazos, era “éticamente inconcebible” y se ha propuesto ajustarla a la legalidad de su “ética”. Y en esa está, con la que está cayendo. La mujer no es una adulta capacitada para discernir sobre lo que la religión del ministro tiene bien claro. Por eso impone su “ética”.

Es lo malo de las crisis: sirven para “reformar” lo que se antoje. Y todo en sólo una semana.

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