El Poder sabe que debe dejar alguna espita que libere la
presión con que gobierna, exprime
voluntades y llena las arcas en beneficio de los detentadores de su autoridad.
La iglesia era, en otros momentos históricos, ese “opio” que adormecía las
conciencias, confortándolas con un paraíso de justicia ubicado más allá de la
muerte y actuando con una complicidad criminal que aconsejaba el sometimiento
paciente y sufriente como pasaporte a la gloria celestial.
Luego fue el deporte, con el advenimiento de una democracia
que tiñó de banderas las regiones y las saturó de instituciones burocráticas y de
cargos políticos que multiplican el coste de una Administración ruinosa, el
deporte como fiesta para el desahogo y el patrioterismo más simplón y ramplante
de cuantas emociones se pueden inducir para cegar inquietudes y desviar
preocupaciones colectivas. Ninguna invasión militar extranjera poblaría de
enseñas patrias los balcones de nuestras ciudades como las que hoy contemplamos
con el triunfo de la selección española en la Eurocopa : una histeria
alimentada por los medios de comunicación que, de forma monográfica y asfixiante,
se dedicaron por todas las cadenas de televisión, públicas y privadas -salvo alguna excepción-,
a retransmitir el ritual de una celebración multitudinaria en medio de las
calles, sin que las fuerzas del orden público ni ninguna autoridad
gubernamental lo reprimiera como suele cuando son jóvenes los que protestan por
recortes en la educación.
Aborrezco estas expresiones jaleadas desde el Poder, ese que encarna un
presidente de Gobierno parco en dar explicaciones sobre las medidas que impulsa
para empobrecernos, pero que dispone de tiempo y ánimo para arrimarse a los
vencedores de gestas tan inútiles para la prosperidad y el progreso de la gente
como las del futbol y, en general, las del deporte. Aborrezco ese tratamiento
que nos aborrega en una masa uniforme y vociferante, que se disfraza con presuntos colores patrios
para clamar a unos héroes nada altruistas con los problemas que asolan al país.
Un espectáculo de la extraordinaria capacidad sumisa de quienes, así, pueden
desahogarse con tan poco, facilitando un imponente rendimiento mediático y
sociológico que explotan los que salen en la foto. Véanlos y apláudanlos.
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