Ya en otra ocasión, también mereció un post en este blog un suceso similar, acaecido en la persona de
Sakineh Ashtiani, otra mujer sentenciada a muerte en Irán por idéntico
“delito”: ser mujer en un país islámico que no soporta la igualdad de género ni
la libertad en casi nada, mucho menos en cuestiones sexuales. Como estos,
todavía son siete los países del mundo que contemplan la muerte por lapidación
en el castigo de penas por conductas ilícitas o inmorales. Y la inmensa
mayoría de tales condenas, por no decir su totalidad, recae sobre mujeres que,
culturalmente en esas sociedades, son consideradas focos de pecado y seres a
los que no se les reconoce su
equiparación con el hombre, por lo que se ven relegados a una condición
subordinada, en derechos y libertades, al masculino, único intérprete de leyes, costumbres y normas civiles.
Causa estupor que, en un mundo globalizado que comparte
tecnologías y negocios, aún permanezcan y se toleren estos arcaicos
comportamientos más propios de sociedades feudales y machistas, que se valen de argumentos
religiosos y morales para someter y degradar a la mujer, escamoteándoles el
reconocimiento de derechos que posibiliten su liberalización y la plena asunción
de su dignidad como persona. Para ellas, la Declaración de Derechos
Humanos no es compatible con su pertenencia a regímenes islámicos que dictaminan
hasta las prendas que han de vestir (velos, etc.) y el sometimiento de sus
vidas a las leyes de la sharía, ley islámica tradicional. Por
suerte para Intisar S. Abdallah, el progreso debido a Internet ha logrado que cerca de 80.000 personas
pidiesen a las autoridades sudanesas la suspensión de una condena que habría de
avergonzar a la Humanidad
en su conjunto. Pero no en todos los casos se consigue detener la ejecución de
condenas que nos retrotraen a épocas en que se consideraba a la mujer como
ciudadano de segunda clase y carente de alma. No es algo definitivamente erradicado siquiera
en sociedades presuntamente civilizadas, pues en Argentina acaban de condenar
al dictador Jorge Rafael Videla a 50 años de cárcel por el robo sistemático de
bebés durante la última dictadura militar (1973-1983), el cual se defendió arguyendo
que las madres eran “militantes activas
en las maquinarias del terrorismo y muchas de ellas usaron a sus hijos
embrionarios como escudos humanos al momento de ser combatientes”.
Si en Occidente se pueden producir tales atrocidades, ¿qué nos
puede sorprender del mundo islámico? Nos indigna que en ambos mundos la mujer
sea considerada un objeto manipulable y provechoso para el control y
sometimiento de la sociedad a causa de una imperante mentalidad machista que niega su
dignidad como ser humano. Da asco.
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