viernes, 30 de diciembre de 2011

Tuvo mala suerte

Tuvo mala suerte. Un accidente había afectado a sus miembros inferiores y tuvieron que amputárselos. Todavía en el hospital, cada día durante la recuperación se armaba de razones para evitar sentirse abatido por su suerte, pues al menos había logrado salvar la vida. Aunque las curas de las heridas eran dolorosas, todavía podía contarlo y confiar en que, ya encarada la forzosa jubilación, las dificultades para la movilidad por su minusvalía fueran soportables gracias a las prótesis y la atención de su familia. Por eso aguardaba con impaciencia las visitas que sus dos hijos, un varón y una niña, ambos casados y sanos, le hacían al salir del trabajo a última hora de la tarde. Tras la intervención, se turnaron para hacerle más llevaderos aquellos momentos terribles en que debía aceptar lo sucedido y hacer frente a la nueva realidad. Sus hijos lograban, aún sin saberlo, resarcirlo de unas noches interminables ahogado en lágrimas y soledad. Ninguno de los que le trataron pudo prever que, tras contemplar una breve pero indiscreta discusión sobre cuál de ellos podría cuidarlo cuando le dieran el alta, aprovechara el refugio de sus noches en blanco para lograr subirse al alféizar de la ventana y dejarse caer al vacío. Podía soportar la minusvalía pero no sentirse un estorbo. Tuvo mala suerte.

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