jueves, 31 de enero de 2019

El barullo de la izquierda


La izquierda nunca ha sido unitaria, nunca ha conseguido la unidad ni como fuerza política ni como pensamiento ideológico o conjunto de ideas progresistas, pero tampoco ha estado tan fragmentada como en la actualidad. En el arco político de España, por ejemplificar con lo cercano y conocido, figuran, hoy en día, como pertenecientes a la izquierda una miríada de partidos, grupos, movimientos, mareas y plataformas que atomizan una orientación ideológica hasta pulverizar lo que, cuando se le deja, representa la mayoría social de este país. El último capítulo de esta fragmentación lo escribe en estos momentos Podemos, la formación “emergente” que, hace poco más de tres años, aspiraba a dar “sorpasso” al PSOE (sigue intentándolo), engullir a IU (una digestión pesada) y representar a toda la izquierda existente en España (que se le resiste). De aquel afán hegemónico han devenido expulsiones de miembros fundadores, tensiones entre sectores que la integran -anticapitalistas, independentistas, pablistas, errejonistas, etc.- y desafíos de división como el que está a punto de producirse en Madrid. Y si esto ha sucedido en el último partido en proclamarse de izquierda, en la historia de este movimiento ideológico constituye una regla que lo caracteriza, hasta el punto de que hablar de la izquierda es referirse al barullo que provoca asumir unas ideas que persiguen el progreso y la igualdad de las personas con tantas variantes como intentos han sido, son y serán.

Desde la primitiva separación entre socialistas y comunistas, que dio lugar a la Segunda y Tercera Internacional, la vieja Asociación Internacional de Trabajadores ya albergaba en su seno interpretaciones y tendencias diversas para lograr aquellos objetivos que perseguían unos germinales movimientos obreros para fundar, partiendo de las teorías de Karl Marx y Friedrich Engels, un nuevo modelo social, económico y político, de base humanista (Moro, Bacon y demás utopistas), que erradique las desigualdades y la falta de libertades que ocasionan la explotación por una élite dominante de la población y un modo de producción capitalista cuyo único fin es el lucro. La izquierda, desde entonces, siempre ha ensayado vías diferentes y hasta opuestas para alcanzar esas metas de igualdad, justicia y libertad que la han llevado a crear corrientes tan dispares como el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el eurocomunismo, el trotskismo, la socialdemocracia, etc., e inspirar fenómenos como el ecologismo, el feminismo, el laicismo o el pacifismo, entre otros.

Todavía hoy, dependiendo de la vía que considere más idónea y del objetivo inmediato a conquistar, la izquierda se presenta, desde la pragmática hasta la radical, con multitud de rostros y encarnada en grupos heterogéneos, dispuestos, más que unirse entre sí y sumar fuerzas, a combatirse mutuamente para demostrar quién con más pureza porta la antorcha emancipadora de una ideología de liberación. Y así les va, perdiendo credibilidad ante el destinatario de sus desvelos y despilfarrando la confianza de sus fieles en votos con escasa o insuficiente utilidad. Hasta el gran partido de centroizquierda que hasta hace un momento conseguía aglutinar el voto útil progresista, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), artífice de los mayores avances en igualdad social, libertades individuales y modernidad logrados en este país, lleva rumbo hacia la insignificancia y la desintegración en el conjunto atomizado de las izquierdas. Un declive que parece no tener solución ni por parte del PSOE ni de Podemos -la vieja y nueva esperanza de la izquierda-, incapaces ambos de definirse ni de conjurar el ascenso de la derecha más ultramontana que cabía imaginar a estas alturas de la España democrática. Si se pensaba que Fuerza Nueva era fruto de un pensamiento retrógrado del pasado, Vox viene a confirmar que tales ideas permanecen bajo el sutil barniz de las convicciones light.

Y es que la izquierda ya no configura proyectos que atraigan a las clases trabajadoras y clases medias, sin las cuales no se consiguen esas mayorías que posibilitaron a la socialdemocracia sus victorias en Europa tras la II Guerra Mundial. Desorientada y cada vez más fragmentada, busca ubicarse y redefinirse con poco éxito porque muchos de sus valores e iniciativas, como el Estado de Bienestar, la honradez, la cultura, las libertades, la igualdad y el progreso, les han sido arrebatados por otras ideologías y movimientos, que los asumen como propios e irrenunciables. Hasta la derecha menos dogmática y más pragmática defiende valores, con todos los matices que se quiera, que germinaron en el ideario de una izquierda que no ceja en ampliar derechos y libertades, como el aborto, el matrimonio homosexual, el ecologismo, la igualdad de la mujer o las leyes de dependencia, entre otros.

La izquierda no halla su discurso, se queda sin relato y no sabe cómo conectar con unos ciudadanos acomodaticios y acostumbrados a unos derechos y unas prestaciones que consideran seguros y consustanciales con la sociedad a la que pertenecen. Unas comodidades que sólo peligran por desafíos externos y no por olvidar preservarlos con la suficiente convicción en cada rutina electoral. De ahí el Brexit del Reino Unido y la presencia de Donald Trump en Estados Unidos como síntomas del divorcio de una izquierda con sus seguidores, quienes rechazan una globalización -económica y cultural- que creen perjudicial para los intereses nacionales y que perciben la migración como peligro más que como oportunidad para la sociedad. Un síntoma que avisa de un problema que se extiende desde Inglaterra, EE UU, Austria, Hungría, Italia o Brasil, y del que España no está inmune, y que pone de relieve que la izquierda internacionalista pierde terreno a marchas forzadas para dar paso a una derecha irredenta y un populismo demagógico. Para Félix Ovejero*, se trata de la renuncia de la izquierda a moldear una sociedad distinta de individuos libres para atender a una ciudadanía convertida en un mercado electoral segmentado, más sensible a las emociones que a la ideología y las convicciones.

Para colmo, con la crisis económica y las políticas de austeridad impuestas por el neoliberalismo, el sólido bipartidismo español se agrietó y nuevas fuerzas emergentes han ido ocupando su lugar en el espectro ideológico con intención de representar cualquier opción política. Pero si en la derecha sólo Ciudadanos y Vox, en el extremo, disputan al Partido Popular su hegemonía del conservadurismo, en la izquierda, como suele, surgen fuerzas que fragmentan una ideología en mil propuestas (PSOE, IU, Podemos, Equo, Compromís, Partido Comunista, Los Verdes, Actúa y demás marcas locales y regionales) que acaban debilitando las esperanzas depositadas en una socialdemocracia reformista que, por sus propios errores y rencillas, ha contribuido en gran medida a hacerse el haraquiri. Y que, incluso, como quedó patente en las elecciones en Andalucía, prefiere gobernar con la derecha que hacerlo entre ellas en coalición.

Tal tendencia a dispersarse y multiplicarse es lo que explica que, según datos del Ministerio de Interior, en España existan más de 4.000 partidos políticos activos, con predominio de los de izquierdas, aunque sólo una parte ínfima de los mismos consiga representación parlamentaria. Es por ello que hablar de la izquierda es referirse al barullo partidista en el que continuamente se manifiesta en la búsqueda de una identidad perdida, precisamente, con tantas réplicas y fragmentaciones.

* La deriva reaccionaria de la izquierda, Félix Ovejero, Editorial Página indómita, Barcelona, 2018.

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