viernes, 20 de abril de 2012

20 años de la Expo´92

El tiempo es tan escurridizo que, cuando te quieres dar cuenta, hace una eternidad que aquel instante forma ya parte de un pasado irrecuperable. Así, parece que fue ayer cuando la Exposición Universal abría sus puertas al público en Sevilla un día de primavera que, da espasmos sólo recordarlo, descubrimos sucedió hace la friolera de 20 años, la edad de una generación.

Hoy se conmemora el vigésimo aniversario de una Expo´92 que transformó no sólo la ciudad con dotaciones arquitectónicas e infraestructuras impensables, sino también a las personas que vivieron esos días como los más importantes de sus vidas, al convertirlos en protoganistas y testigos de la atención del mundo entero. Una isla cargada de pabellones y espectáculos deslumbró a cuantos asistieron durante seis meses al futuro hecho realidad al otro lado del río, cual espejismo palpable de una felicidad colectiva. España era el espejo donde se reflejaba el horizonte idealizado de los pueblos que participaron en la muestra, y Sevilla, la faz resplandeciente que los recibía con el júbilo de un público entregado.

Muchos sueños y esperanzas nacieron con la Expo´92 en el corazón de la gente y del país en su conjunto. Aspiraciones de progreso y prosperidad, tanto individuales como colectivas, que pudieron cumplirse o malograrse según la suerte corrida por todos. Ahora toca rememorar, al hilo de este aniversario, lo que supuso aquella oportunidad única para unos y otros, en lo que cada semblanza se encargará de subrayar.

En ésta habría que valorar lo que aportó para una economía habituada a estrecheces y de estímulo a un reconocimiento personal de quien estaba condenado a la pasividad improductiva. Pero más allá de las repercusiones materiales y las decepciones, la Expo´92 genera aún nostalgia incluso entre los que no vieron cumplidas sus expectativas y quimeras. Por ello, puestos a destacar lo de verdad relevante, he de confesar que el mejor recuerdo que personalmente guardo de la Exposición Universal de Sevilla no son los puentes que cruzan el río, ni el AVE que hace volar al tren ni las autovías que nos acercan a cualquier parte, sino el rostro iluminado de una pupi que todavía sigue abriéndole el portillón de la ilusión a mi vida y me franquea el paso de su alma bondadosa y generosa, sin importarle aniversario alguno, aunque pasen cien años.

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