domingo, 1 de abril de 2018
Todo lo que me haces
Me haces despertar hurtándome la posibilidad de quejarme, saludarte o expresarte mis sentimientos cada mañana al levantarme. Me haces no hallar consuelo en unas sábanas siempre frías y mudas. Me haces enfrentarme a un estúpido cepillo de dientes solitario en el cuarto de baño. Me haces apagar luces y cerrar la puerta detrás de mí cuando acudo al trabajo porque de lo contrario dejaría todo abierto. Me haces salir de una casa que pretendió ser hogar sin ningún entusiasmo por regresar. Me haces entregarme al trabajo como terapia que me ayude a olvidar mis preocupaciones y problemas. Me haces perderme en unos aposentos que se han vuelto extraños y vacíos, como esas conchas en las que se oye un mar que no existe. Me haces desbaratar proyectos de vida que habíamos compartido para recuperar otros en los que lo importante vuelve a ser mi salud, mi trabajo y mi familia. Me haces sufrir un dolor insoportable que contribuye a endurecerme y prepararme para la frustración, los desengaños y la desconfianza que todavía puedan sobrevenirme. Me haces olvidarte más pronto de lo que tú tardarás en arrepentirte de la oportunidad que has perdido para moldear tu vida con tus propias manos, con responsabilidad y sin tutelas, junto a quien no ha dudado nunca en mostrarse cómo era y entregarse sin reservas. Me haces ser yo mismo otra vez a pesar de las cicatrices. Y me obligas a replantearme la vida para afrontarla con más ganas y fuerzas, si cabe. Por eso, me has hecho un favor del que jamás podrás disculparte porque esa oportunidad no la tuviste en cuenta. Porque ignoras, en tu egoísmo y ceguera, todo cuanto me haces y te haces. Y lo lamento.
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