jueves, 4 de junio de 2015

Empleo y explotación

La propaganda gubernamental y el acompañamiento coral de los medios afines -que son esa pléyade mediática que sobrevive gracias a subvenciones oficiales y la publicidad institucional (¡sálvese quien pueda!)-, lanzan las campanas al vuelo por los últimos datos que registran en mayo un aumento de la afiliación a la Seguridad Social en más de 200.000 cotizantes y un descenso del número de parados de 117.000 personas. Todo un síntoma, dicen los corifeos del poder, de que la economía recupera pulso y comienza a crear empleo a velocidad de crucero. La recuperación, por tanto, es una realidad que puede objetivarse en cifras macroeconómicas, las cuales ponen de relieve la idoneidad de las medidas adoptadas por el Gobierno. Eso dicen, pero más callan.

Callan el tipo y condiciones del empleo que se está creando. Pongamos un ejemplo referido a una élite laboral: los pilotos de avión. Por primera vez desde hace 11 años, la compañía Iberia hace una convocatoria para contratar 200 nuevos pilotos, que se irán incorporando progresivamente a partir de septiembre, pero con un salario que será la tercera parte de lo que cobraban los copilotos que sustituyan. Si esto se puede hacer con trabajadores de élite, ¿qué condiciones se impondrán a los menos cualificados? Pues justamente lo que todo el mundo conoce: precariedad laboral y salarial. La mayor parte del empleo creado (92,1%) se debe a contratos temporales y trabajo por horas (35,5%). Sólo un escaso 8,9% del empleo creado es indefinido, lo que aclara la calidad del empleo por el que se alegra un Gobierno cuya Reforma Laboral es la que permite que éste crezca hacia atrás, hacia situaciones y condiciones de hace décadas.

Presidente Gobierno y ministra de Trabajo
Esta precarización del trabajo y el deterioro de sus condiciones no son consecuencias de ninguna crisis económica como machaconamente se arguye, sino que obedecen a una imposición ideológica del neoliberalismo reinante, que prolonga en la relación del patrón con el asalariado la antigua explotación del hombre por el hombre y que mantiene al obrero (sea piloto o albañil) en una condición intencionadamente precaria, que estará obligado a aceptar si quiere comer cada día. El motivo de ello: un capitalismo global que se articula en el control y la explotación del trabajo y sus productos para ponerlos al servicio del capital. No es más que una forma de dominación/explotación que, tras más de 500 años, sigue evolucionado históricamente desde los amos y los esclavos, los patricios y plebeyos o los siervos y señores a los propietarios y trabajadores o los patronos y asalariados.

Este pensamiento neoliberal, que se ha impuesto como si fuera una verdad revelada, convirtiéndose no sólo dominante sino virtualmente único –el pensamiento único-, extiende sus tentáculos a todos los ámbitos en los que nos desenvolvemos como sociedad (cultural, científico, político, ocio, deporte y hasta religioso), reduciéndolos a la ley del valor, es decir, mercancías. Sólo bajo esa dominación multifacética del neoliberalismo somos capaces de asumir que cualquier derecho o servicio deben ser “sostenibles” y, en tal caso, susceptibles de ser provisionados por el mercado o simplemente eliminados si no son “rentables”. Es la “lógica” que ha logrado imponernos un capitalismo global que se ha transformado en régimen civilizacional, y cuyas resiliencias se muestran eficaces en cada crisis económica que lo convulsiona y fortalece.

Desde esta perspectiva, no puede sorprendernos la calidad del empleo que se crea y las precarias condiciones, sin derecho a negociación, con las que ha de ser aceptado si se quiere tener alguna fuente de recursos para sobrevivir. Que tal empleo precario crezca en condiciones igualmente precarias, siempre ventajosas para el capital, es consecuencia de ese pensamiento único que rechaza cualquier alternativa a su dominio e impone la “lógica” de la rentabilidad que interesa a los nuevos “amos” que detentan la propiedad de los medios de producción y de los servicios, en definitiva, del capital. Unos “amos” que no se conforman sólo con destruir el empleo “de calidad”, de contratos indefinidos y dignamente remunerados, para sustituirlo por otro en condiciones de extrema precariedad, sino que persiguen incluso desmontar el Estado de bienestar, que socorría a los más desfavorecidos proveyendo servicios públicos, para reducirlo a contratos individuales entre consumidores y proveedores de servicios privados.

Esta es, precisamente, la situación en la que nos hallamos en la actualidad: con la excusa de una crisis financiera, se han destruido millones de puestos de trabajos estables para reconvertirlos en una miríada de contratos basura y se ha lanzado un ataque a aquel contrato social que posibilitaba la existencia del Estado de bienestar, con el sólo propósito de obtener el máximo beneficio inherente a la “lógica” del capitalismo. La economía ya no es un medio al servicio de la Humanidad, sino el fin que pone a ésta a su servicio. Y los manijeros del poder, aquellos que todavía contribuyen a expulsar a trabajadores y clases populares de ese contrato social mediante la eliminación de derechos y prestaciones sociales, se alegran porque crece un empleo vergonzoso al que se ve abocado la parte débil y vulnerable de una sociedad en la que imperan las desigualdades, según la escala de ricos más ricos y pobres más pobres.

Ante las cifras del paro, siempre hay que alegrarse de que algunos alcancen las migajas de la precariedad, pero hay que tener en cuenta que se trata de una lucha contra la exclusión económica, social, política y cultural generada por la globalización neoliberal, nueva faz del capitalismo, que configura un patrón de poder centrado en relaciones de explotación y dominio. Esa dependencia en la precariedad es una forma “moderna” de dominio, por la cual unos pocos, situados por encima de las instancias democráticas, dominan y explotan a la mayoría de la gente, impidiéndoles que tengan el control de sus vidas y de los objetivos de la convivencia en sociedad (trabajo, ocio, cultura, etc.). Tal es el mensaje que traslada el mejor mayo en la historia del paro en España. Para alegrarse y tirar cohetes, vamos.

Pero, ¿hay alternativas? Claro que hay alternativas  a estas formas de explotación, discriminación y dominación que el capitalismo impone, sin que vengan los comunistas o los “soviets” como Esperanza Aguirre advierte para meter miedo. Hay modelos productivos que no esquilman los recursos materiales y condiciones económicas que reparten la riqueza de manera equitativa entre todos los miembros de la sociedad. Pero ello será objeto de otro artículo.

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