lunes, 15 de junio de 2015

España multicolor


Ha bastado una legislatura para que el partido conservador, que tiñó el mapa de España con el azul de sus mayorías absolutas, perdiera la intensidad de su color y empezara a desteñirse en el siguiente encuentro con las urnas. De cuarenta y tres capitales de provincia en las que gobernaba el Partido Popular (PP), de las 54 que tiene el país, ahora sólo lo hará en 19. La verdad es que consiguió ser la fuerza más votada en muchas de ellas, pero donde era posible un acuerdo entre formaciones de izquierdas, los pactos lo mandaron a la oposición. También hay que reconocer que en otras, donde el apoyo de Ciudadanos podía favorecer a sus candidatos, el Partido Popular consiguió retener el bastón de mando municipal, como ha sucedido en Almería, Burgos, Granada, Guadalajara y Jaén. Poca cosa para un partido malacostumbrado a disponer de una inmensa cuota de poder en ayuntamientos y comunidades autónomas además del Gobierno central y, tras los comicios del pasado 24 de mayo, verse sumido en un batacazo sin precedentes.

Y no le ha sentado nada bien. Se ha rebotado como gato en una bañera llena de agua y la ha emprendido contra tirios y troyanos. No sólo ha arremetido contra una izquierda que podrá ser cualquier cosa menos radical –está por ver si será, al menos, tan sectaria como lo ha sido el mismo Partido Popular-, sino que ha recurrido al `pucherazo´ allí donde ha podido –aún hay impugnaciones resolviéndose y resultados corregidos tras un recuento riguroso de las papeletas realmente válidas- y ha intentado deslegitimar la posibilidad democrática de llegar a acuerdos para conformar mayorías de gobierno allí donde tal posibilidad les perjudicaba, pero no donde y cuando les beneficiaba.

Fuente: El País
Su retahíla para convencer al PSOE de que deje gobernar a la lista más votada no ha surtido los efectos deseados, a pesar de que los socialistas han reclamado idéntico trato para investir a Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía. Con una diferencia: frente a la candidata socialista no existía ninguna alternativa que reuniera el apoyo mayoritario de la Cámara, y en las alcaldías y gobiernos regionales sí las ha habido, aunque a los conservadores les pareciera tal acuerdo, legítimo y democrático, un frente “anti-PP”. Les duele y lo expresan. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, envió un mensaje a sus concejales lamentando que, “aún ganando, no han podido ser alcaldes por pactos excéntricos y sectarios”. Toda una demostración de respeto a la democracia y a la decisión soberana del pueblo.

Por lo que parece, al contrario que cualquier lector de periódicos y según lo predicho por las encuestas, en el Partido Popular no se esperaban un castigo tan grande. Sobrevaloraron su capacidad camaleónica de aparentar una cosa y ser la contraria. Una única legislatura ha bastado para que los ciudadanos no se crean ya las promesas de un PP que con la careta dice defender a los trabajadores y con los hechos los empobrece hasta límites insospechados. Que por la mañana asegure combatir la corrupción y por la tarde siga amparando a los que roban de las arcas públicas para financiar al partido y, de paso, enriquecer cuentas privadas en Suiza. Para su disgusto -disgusto de los que gobernaban y de la trama corrupta que crecía a su alrededor-, son apeados de las alcaldías de Madrid y Valencia, sedes de una Gürtel y una Púnica que tantos “amiguitos” y “brazos derechos”  ha mandado a la cárcel. Son feudos en los que, ni Esperanza Aguirre, la gran experta en cazar talentos con antecedentes penales, ni Rita Barberá, la “jefa” del petardo y el Vuittón, han podido conservar unos laboratorios donde se ensayaban las políticas neoliberales que privatizan hospitales, asfixian colegios públicos mientras subvencionan generosamente los privados, dejan sin financiación las ayudas a la dependencia, mantienen televisiones cuyo sectarismo abochorna a propios y extraños (hasta que llegó la crisis y mandó cerrar el grifo) y recortan un sector público para hacer “sostenible” la viabilidad del privado, dispuesto a sustituir tales servicios a cambio de una módica cantidad que el usuario abonará religiosamente aunque pague sus impuestos al Estado que debe proveerlos. En el PP están nerviosos porque hasta históricos de la soberbia machista, como Javier León de la Riva de Valladolid, o expertos en el autobombo, como Teófila Martínez en Cádiz, han sido barridos por un poder municipal de izquierdas que parecía impensable y que los conservadores tachan de populismo radical que volverá ingobernable los ayuntamientos. Están nerviosos y no aciertan hacer una lectura objetiva de la realidad.

Juan Espadas, flamante alcalde de Sevilla
Por su parte, el PSOE, la otra pata del bipartidismo tocado pero no hundido, sale “carambólicamente” fortalecido, al poder gobernar en 17 capitales, entre ellas Sevilla, sede canónica del socialismo rampante y nido de los ERE, los cursos de formación y otras tramas que arraigan allí donde se asienta indefinidamente un gobernante que impide que se ventile su poltrona. Los vientos de cambio que los indignados insuflaron a partidos emergentes han posibilitado ese nuevo poder municipal de gobiernos de minorías en torno a un PSOE necesitado de apoyos y pactos. Fragmentada, la izquierda hace retroceder al PP, pero mantiene la incógnita sobre la consistencia de unos acuerdos que en algunos casos están cogidos con pinzas y firmados con caras destempladas. Ello permite a los socialistas ganar poder institucional, pero apenas votos porque no acaban de recuperar la confianza de sus otrora simpatizantes. Dependerá de cómo gobierne este nuevo tiempo, tanto en comunidades autónomas como en municipios.

Ambos, PP y PSOE, dependen en la mayoría de los sitios de Podemos y Ciudadanos, los nuevos partidos emergentes, ya instalados como bisagras del añoso bipartidismo. Ahora forman parte de una “casta” llamada a hacer otra política, no para diferenciarse en perseguir lo posible, que es la auténtica función de la política, sino para buscarlo mediante el diálogo y la negociación entre todos, con entendimiento, transparencia y sin más hipotecas o compromisos que los asumidos y reconocidos ante la gente que les ha votado, y con el debido respeto y lealtad a la legalidad y normas de un Estado Social, Democrático y de Derecho. Con ese poder que comparten en alcaldías y gobiernos regionales, donde han posibilitado unas tomas de posesión a veces aplaudidas y otras cuestionadas, empieza un nuevo tiempo lleno de expectativas, pero también de nubarrones negros procedentes de una situación económica nacional e internacional no precisamente favorable. Hay muchos obstáculos y gente dispuesta a la zancadilla, pero no poca esperanza y confianza depositadas en ellos. Les toca demostrar su responsabilidad y su habilidad políticas, poniendo el acento en cumplir sus proclamas, en las que el ciudadano protagonizaba la toma de decisiones. La inestabilidad amenaza el horizonte, pero también la ilusión por un futuro mejor para todos, en especial para los que ya han perdido toda esperanza de futuro porque no tienen trabajo, no tienen casa y no tienen quién los ayude o escuche. Es un nuevo tiempo pintado de varios colores, como corresponde a la diversidad y el gusto de los que pagan la pintura y las brochas. Hay que ponerse manos a la obra. Se acabó imponer un solo color.  

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