sábado, 26 de mayo de 2012

No son ídolos, son referencias

No sería como soy sin las circunstancias y las personas que me han acompañado e influido a lo largo de mi vida. Hay lugares, sabores, olores, amigos y melodías que me determinan tanto como los genes y han acabado por forjar mi personalidad o la manera en que me relaciono con el mundo. Por eso, cuando alguno de esos estímulos de mi ser desaparece es como si algo mío se desprendiese o lo perdiese, como si me fuera “desconstruyendo” progresivamente. Pierdo las ataduras que me hacen pertenecer a un tiempo y un lugar concretos. Esa es la sensación que me produce la muerte de Robin Gibb, uno de los integrantes del grupo Bee Gees que tanto furor despertaron por los 70 y 80. No es que fueran los mejores músicos de la época, pero su forma de cantar en falsete y lo bailable de sus canciones los convirtieron en los preferidos de las discotecas y las radios. Ahora, con la definitiva desaparición del más "canijo" de sus miembros, no pierdo un ídolo, sino una referencia que marcó mi adolescencia.  Al volver a escuchar aquel I Tarted a Joke, que bailábamos tan abrazados, lamento la terrible losa del tiempo.

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